miércoles, 31 de octubre de 2018

Esto no es un bosque




Aunque la mayoría ya estáis al corriente, voy a hacer pública la noticia también por esta vía: Escuelas para la Sostenibilidad crece. Este año se han incorporado a la red dos nuevos centros, el CEIP Marqués de Santillana, de Carrión de los Condes, y el Colegio Maristas, de la capital palentina. A este último en breve le haré una visita y nos pondremos en marcha, pero ayer ya estuve presentando el programa al claustro de profesoras (lo digo adrede porque solo había un varón) del primero.

Fue una sesión muy agradable porque, si bien la directora y la jefa de estudios habían tomado por sí mismas la decisión de incorporarse, les daba un poco de miedo pensar dónde se iban a meter. Y tengo la sensación –aunque lo pueden desmentir ellas y el resto del claustro cuando lean esta entrada- de que lejos de asustarles la estructura, articulación y funcionamiento del programa les tranquilizó.
Antes de la visita me habían contado las ideas que tenían en mente o que ya estaban desarrollando. 

Por ejemplo, llevan desde el año pasado con Ecoembes y tienen en el centro –como en tantos otros- las inconfundibles papeleras azules, para papel y cartón, y amarillas, para envases; quieren poner en marcha un proyecto que llaman ‘patios dinámicos’, con la intención de diversificar los usos y juegos; una de las madres del centro está interesada en que se conozca el entorno natural y quiere impulsar una suerte de aula ambiental en el colegio; y por último, dado que esta es una zona agrícola, han conseguido la implicación de algunos abuelos para poner en marcha un huerto escolar. No me digáis que no son propuestas más que interesantes y variadas…

Pero no nos engañemos: en nuestro estado –por causas que ahora no vienen al caso, pero imagino que todo el mundo puede tener en mente- no hay cultura de la participación. Así, en general, no os cuento si, además, estamos invitando a la participación a esos ‘locos bajitos’ a los que, a veces, nos cuesta ver como personas. Si a esto le unimos lo funcional que, a fecha de hoy, sigue siendo la escuela –como institución- a los intereses y visiones de un modelo de progreso desarrollista, que seguimos enfocando los procesos de enseñanza y aprendizaje como si cada cual fuese un cuenco vacío al que tenemos que llenar de conocimientos y, para terminar, si eso del medio ambiente lo seguimos asociando a mariposas y basuras, y lo seguimos poniendo en práctica a través de muchas actividades, pero todas ellas incoherentes entre sí, en días sueltos, sin ninguna programación y, aparentemente, sin conexión con el currículo escolar, tenemos la ecuación perfecta de lo que ayer me encontré en Carrión de los Condes.

Una vez repasado el esquema y la metodología de trabajo –mientras ilustraba cada paso con ejemplos de otros centros y vuestros avances y logros para que sirvieran de estímulo- una de las profesoras se me acercó y me dijo:
     –Oye, que yo pensaba que esto del medio ambiente iba de otra cosa, pero lo de los patios no lo he entendido.

Me inspiró una enorme ternura. Hablando con ella y con la directora del centro conseguí aterrizarles la idea de que todas esas iniciativas de las que me habían hablado eran estupendas, pero si las deciden desde el claustro y no cuentan para nada con la opinión de quienes son –o deberían ser sus protagonistas-, claro que hay poco de educación ambiental en pintar la fachada o el suelo de un patio; no hay nada de educación ambiental si el equipo directivo coloca papeleras por todo el colegio sin invitar a investigar a su alumnado sobre los residuos que se generan en el centro o a reflexionar sobre la importancia del reciclaje; hay poco margen para hacer educación ambiental si una madre se encarga de organizar excursiones a los alrededores y no vinculamos la biodiversidad de nuestro entorno natural con la escasa diversidad natural y social en nuestro colegio.

En cambio, si pensamos, por ejemplo, que un proyecto de patios dinámicos puede convertirlos en entornos más inclusivos y diversos –por accesibilidad, por reparto de espacios, por posibilidades de usos…-, incorporando, además un huerto diseñado y cuidado por diferentes generaciones, y todo ello lo programamos para que cualquier problema –sea de residuos o de impactos sobre el medio natural- lo aborden niños y niñas, y sean quienes detecten necesidades y busquen soluciones, entonces sí que podremos hablar de un proceso de educación con la perspectiva de la sostenibilidad.


Cuento esto porque creo que ayer quedó claro qué es y qué no es hacer educación ambiental. A veces, perdemos un poco la intuición, la misma que nos dice qué es y qué no es un bosque…

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