Aunque nuestras visitas suelen ser de trabajo, también
tenemos tiempo para la celebración. Todos los años, al acabar el curso,
realizamos una autoevaluación en la que son los propios equipos docentes de los
centros que participan en el programa ‘Escuelas para la Sostenibilidad’ quienes
hacen la valoración de su labor. La metodología que empleamos –si bien pretende una mejora ambiental- supedita
esta al proceso de enseñanza-aprendizaje, es decir, hacemos educación y no
gestión ambiental y, por tanto, las metas ambientales que nos planteemos habrán
de estar siempre relacionados con objetivos e indicadores educativos.
Durante los dos primeros años del programa, el IES Guardo ha
desarrollado su ecoauditoría en torno a los residuos. Han cuantificado la cantidad
de basura que genera la actividad cotidiana del centro, desde el papel a los
restos del almuerzo; han asumido la separación de residuos, y no solo papel y
envases, sino también pilas, tóner y cartuchos de impresora, o pilas; pero,
sobre todo, han tomado conciencia de la necesidad de reducir su generación, y
ahora es el propio alumnado el que demanda y usa con naturalidad papel
reutilizado en el aula o se cuestiona en el recreo el envoltorio de su
almuerzo.
Por todo ello, el centro ha sido merecedor del reconocimiento de la Diputación de Palencia: la placa distintiva del programa y la primera estela que atestigua su implicación. Como este año han empezado a trabajar sobre la energía, fue un buen momento para compartir lo que hasta ahora había hecho cada curso. Desde el mapa de la energía en el centro y encuestas cuyos datos aún están volcando, hasta el diagnóstico del consumo de energía y su traducción, no solo en dinero –suficiente motivo para ahorrar- sino en huella de carbono.
Ya os hemos contado que en la IV Confint de Albacete se
evaluó su huella y, al finalizar, nos repartieron bellotas para compensarla. En
Guardo han replicado la idea y, recogiendo bellotas de los robledales cercanos,
sus estudiantes van a sembrarlas y esperar a alguna excursión para plantarlas.
Puede parecer un pequeño gesto, pero da gusto ver cómo van cayendo en la cuenta
de que ‘El
Planeta nos necesita’ y de las cosas que pueden cambiar con su
ejemplo, desde usar la bici en lugar del coche, ducharse en lugar de bañarse,
bajar un par de grados la calefacción o plantearse el uso de energías
renovables. Aún les queda pensar en común sobre todo ello y decidir qué más está
en su mano hacer, pero identificarse con los problemas ambientales, empatizar
con la Tierra –como si fuera una amiga más- y tomar partido por hacer algo para
cambiar las cosas son pasos de gigante en esta carrera de fondo.
El domingo pasado, toda una generación, que creció desayunando
las mañanas de los sábados frente a esta sintonía, se quedó un poco huérfana.
Lolo Rico tuvo la valentía –casi la osadía- de tratarnos a niños y niñas de la
Transición como si no fuéramos seres estúpidos, descriteriados, demostrando que
el entretenimiento no está reñido con el ingenio y la inteligencia. Ya adultos,
aquellos locos bajitos de entonces somos ahora conscientes de que frases como “Si
no quieres ser como estos, lee” o “Solo no puedes, pero con amigos sí” forman
parte de nuestro patrimonio inmaterial.
Aunque la Bruja Avería, sin duda, estaría muy contenta –recordad
aquello de “¡Viva la plusvalía, viva la economía!”-, seguramente ni Lolo ni su
hijo, el filósofo Santiago Alba Rico, coguionista del programa, pudieron
imaginar entonces las
obscenas formas de acaparación que acabaría tomando el capital a
comienzos del siglo XXI.
Desde programas educativos como el nuestro, tratamos
humildemente de tomar ese testigo, y convertir a niñas y niños en protagonistas
de su propio aprendizaje. El pasado 9 de enero, justo a la vuelta de
vacaciones, en el CEIP Marqués de Santillana, de Palencia, se juntó la Comisión
Ambiental para revisar las actuaciones que van a poner en marcha este
trimestre. Sin olvidarse de dar un repaso al sistema de reciclaje implantado en
el centro, se han repartido el trabajo entre peques y grandes: mientras los
primeros siguen sembrando ajos o guisantes en el huerto y alimentando el
compostero que después lo abonará, los cursos mayores continúan la investigación
sobre el ruido.
Peques y grandes comparten las acciones que van a desarrollar
a lo largo de este curso en su 'Rincón del Medio Ambiente'.
Se han inventado un artilugio estupendo, el ‘habladómetro’,
para medir el ruido en aulas y pasillos en diferente momentos del día. Mensualmente,
comprobarán en qué escala –del verde al rojo- se sitúa cada aula. Y para
recordarle a todo el mundo la importancia de hablar y moverse por el colegio de
forma tranquila y sosegada, van a diseñar carteles que colocarán por los
pasillos, y hasta editarán un vídeo para mostrar el ‘riesgo’ acústico de un gesto
tan cotidiano como bajar las mochilas con ruedas rodando –valga la redundancia-
por las escaleras.
Estas acciones, centradas en su colegio, les servirán sin
duda para poder analizar más adelante esas variables a otra escala, como la
urbana. Las ciudades han ido cambiando con el paso del tiempo, y si el desarrollismo
fordista de los ’30 años gloriosos’ –en que hasta creímos que el Estado de
Bienestar había venido para quedarse y hacer una sociedad más igualitaria- las
inundó de vías y vehículos que, aparentemente, nos hacían la vida más fácil,
solo ahora vamos tomando conciencia de las
paradojas que encerraba ese modelo de desarrollo.
Pero no acaba ahí la cosa. Hace unos días, el lord inglés
autor del famoso informe que lleva su nombre, nos alertaba en una entrevista de
que “la
contaminación mata a una escala que no comprendemos.” La crisis
convirtió su informe –en que apuntaba, no ya a los daños ambientales, sino al
coste económico del cambio climático- casi en el mismo erial en el que el
aumento de temperatura está transformando amplias zonas del Planeta. Ruido,
contaminación, migraciones climáticas…
Estos días se está hablando mucho de la huelga
de taxistas por la competencia desleal o intrusismo, vaya usted a
saber, que suponen las plataformas VTC. He escuchado en la radio que estaban
teniendo contactos con los ‘chalecos amarillos’, un movimiento que lleva ya dos
meses en la calle y cuya movilización –no olvidemos- comenzó por el precio de
los carburantes. Según
esta filósofa, la potencialidad de esta movilización radica en su
carácter inorgánico, esa heterogeneidad que le hace, hoy por hoy, ingobernable.
Y también en su forma de operar: no sé cuánta gente de la que se está
movilizando habrá leído a Foucault, pero si la biopolítica que describió ha
hecho penetrar el poder a escalas insospechadas, seguramente sin saberlo, están
aprovechando ese ‘poder difuso’ del que también hablaba, intentando una suerte
de jaque de ‘los sin poder’ al ‘Poder’.
La escuela es uno de esos dispositivos disciplanarios de
control que –si los hubiera tenido- le ponía los pelos de punta al bueno de Foucault.
Pero confío en que, en manos de maestros y profesoras que creen en su trabajo,
estemos invitando a estos niños y niñas a pensar, a dotarles de herramientas
de conocimiento, relacionales, afectivas, lingüísticas… que les permitan el día
de mañana, si es que llegan a esa conclusión, gritar ‘no queremos vivir así’.
O, aún mejor, quizá sean ellos y ellas quienes, por el camino, se den cuenta de
que en el bar de la esquina les ponen mejor café que en el Starbucks, o que a lo mejor en su barrio hay una pequeña
fábrica de muebles y no hace falta irse al IKEA a comprar una mesa. Y hasta
quiero pensar que sean ellas y ellos quienes apuesten por un transporte público
colectivo tan eficaz, eficiente, asequible y social que arrincone el uso del
coche o haga innecesaria la existencia de plataformas de transporte controladas
por gigantescas corporaciones internacionales.
A lo mejor estoy soñando demasiado, pero como también decían
los electroduendes “Tienes quince segundos para imaginar; si no se te ha
ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la televisión.”
Es época de debate y aprobación de presupuestos, esa
herramienta que marca realmente el cariz liberal o social de los Gobiernos. Si
en casa preferimos irnos de crucero a emplear nuestros ahorros en la ortodoncia
que necesita cualquier miembro de la familia, estamos optando –quizá sin ser
conscientes- por un modelo turístico tan invasivo como cualquier otra
industria, frente a invertir en algo tan básico como la salud.
Según un reciente informe de la ONG Justicia Alimentaria, en
nuestro país un 45% de la población no puede permitirse una dieta básica
saludable. En los últimos veinte años –enparalelo a ritmos de vida cada vez más acelerados- ha cambiado
radicalmente el modelo de consumo, pasando a ser un 70% de lo que comemos
alimentos procesados, con altos valores de grasas saturadas, azúcar y sal.
Mientras esos alimentos son, en líneas generales, más baratos que en 1990, las
frutas son un 66% más caras ahora que en 2006, una subida que triplica el alza
general de precios.
En uno de los colegios de nuestra red, la directora me habló
del número de niños y niñas que padecen diabetes o tienen altos niveles de
colesterol. Haciendo un rápido cálculo mental, me salía un porcentaje cercano
al 12%. Esta epidemia se está dando en todo el mundo, porque de igual manera
que en nuestro entorno es más barato un bollo industrial sobreempaquetado que
una pieza de fruta, en otros lugares sale más a cuenta comprar un refresco de
cola azucarado que una botella de agua. En distintos rincones del mundo
se repiten escenas similares: las empresas privadas de agua se ubican en las
inmediaciones de un acuífero –explotándolo sin ningún pudor para su
lucro- y, en ocasiones, comparten espacio con las embotelladoras de bebidas y refrescos
que inundarán el mercado a precios inigualables.
Lo dramático de este asunto es que esconde un problema de
clase, origen, etnia, vulnerabilidad o como queramos llamarlo: o dicho de otra
forma, la alimentación insana afecta a las familias con rentas más bajas, a
comunidades rurales, pueblos indígenas… vaya, a la gente empobrecida por un
sistema que, para colmo, les está enfermando.
¿A qué viene todo esto? –os estaréis preguntando-. ¿Y qué
tiene que ver con los presupuestos? Pues, porque por más que insistamos en educación
–para lo que queramos, para la sostenibilidad, para la salud, para la
ciudadanía global…-, investiguemos sobre las implicaciones ambientales del
consumo, reflexionemos sobre la relación del medio ambiente y la salud, y
sepamos pintar una pirámide nutricional de ensueño, habrá familias que solo puedan verla así, o sea, a modo de póster.
Por eso, la misma ONG acaba de lanzar una campaña para solicitar
que en España –donde apenas hay diferencia entre el IVA de frutas, legumbres o
pescado, y el de comida y bebidas procesadas- se reduzca al 0% la carga
impositiva de los alimentos saludables y se eleve al 21% el de los productos
insanos. Que educar está bien, pero si va de la mano de una buena fiscalidad,
la cosa está todavía mejor…