viernes, 21 de diciembre de 2018

2078


La semana pasada hice mis últimas visitas del trimestre. Estuve, de nuevo, en Carrión de los Condes, en la primera reunión de la recién conformada Comisión Ambiental del CEIP Marqués de Santillana, que se ha sumado este año a nuestro programa. Me lo pasé pipa con niños y niñas que habían sido elegidos, según me contaron las profesoras, entre una larga lista: al parecer, la idea de la sostenibilidad ha prendido en el colegio y venían con muchas ganas.

Pero lo primero que quería saber era qué entendían por sostenibilidad. Silencio. No pasa nada, las palabrejas, a veces, no sirven para comunicarnos tan bien como pensamos así que, les pedí que me dijeran cosas que relacionaban con el medio ambiente. Y ahí el asunto se empezó a poner interesante: todo eran buenas palabras, ya sabéis, naturaleza, seres vivos. Fenomenal, pero ¿no conocéis ningún problema relacionado con el medio ambiente? Contaminación, deforestación, calentamiento global. Estupendo ¿y qué tiene que ver vuestro cole con esos problemas? Silencio. Entonces tendremos que pensar en qué pasa en vuestro cole y para qué estáis aquí, en la Comisión Ambiental. En ese momento, uno de los críos dijo:

- ¡Anda, como la Comisión Europea!

Pues sí, porque estáis aquí para tomar decisiones –exactamente igual que quienes forma parte de la CE-, pero a otra escala: vuestro colegio. Y habéis asumido la responsabilidad de mejorar todas esas cosas que tienen que ver con el medio ambiente. En ese punto, creo que la mayoría ya se iba ubicando y, mientras me contaban las cosas que pasaban en el colegio, las fuimos relacionando con esos problemas ambientales que desde nuestro entorno podemos mejorar: tal vez un huerto para fomentar la diversidad, como en la propia naturaleza; o habilitar distintos espacios en el patio para que se pueda jugar a más cosas sin necesidad de un balón; o empezar por no tirar los restos del almuerzo y pararnos a pensar qué tiene eso que ver con la contaminación…


En Saldaña, la Comisión Ambiental del CEIP Villa y Tierra es más madura y sus miembros, incluso de infantil, saben lo que quieren para mejorar el colegio: hacer semilleros para el futuro huerto, solicitar tierra al Ayuntamiento, y bancos y sillas para que quien quiera pueda sentarse a almorzar o a jugar al ajedrez o charlar un rato en el recreo. Y también quieren un rocódromo horizontal, que me enteré que se llama ‘búlder’. El representante del Ayuntamiento, que estuvo presente, tomó buena nota de todas estas peticiones, mientras me seguían contando cómo funciona la mediación en el patio, o sea, como tratan de resolver los pequeños malentendidos y peleas entre niños y niñas.

Resolver conflictos, tomar decisiones e incidir en otras instancias para pedir colaboración y mejorar juntos nuestro entorno: casi que no se me ocurre mejor definición para la política con mayúsculas. Niños y niñas de este colegio aún no habrán cumplido 75 años en el 2078, como Greta Thunberg, que la semana pasada les sacó los colores a los líderes mundiales, reprochándoles en su alegato que “nos están robando el futuro ante nuestro propios ojos”, tras una Cumbre del Clima de la ONU francamente decepcionante. Cuesta imaginar cómo estarán las cosas, en este minúsculo punto del universo que habitamos, en ese lejano horizonte, pero echando la vista atrás me acuerdo de la icónica Blade Runner y, desde luego, el mundo no se parecerá en nada el año que viene al 2019 distópico que dibujaba. O quizá sí, y, como aquellos replicantes aparentemente sin emociones, aún estemos a tiempo de desarrollar la empatía necesaria, no para salvar el  mundo, sino para amar la vida, la vida de todos.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Elogio de la incertidumbre


Pensar es aprender de nuevo a ver y a poner atención.
Albert Camus.



Al final, existen los transposones, los grandes reinos evolutivos ya no nos valen, y los linajes en base al ADN mitocondrial materno puede que no estén tan claros. Estos son tres ejemplos de la incertidumbre a la que está expuesta solo un ámbito de la ciencia, la biología: se cayó lo de la transmisión vertical de genes como única vía evolutiva, ríete tú de eucariotas y bacterias, que el reino Archaea guarda más secretos que la tumba de Tutankamón y, para remate, hace solo unos días, nos enteramos de que, quizá, también heredemos mitocondrias de nuestros padres.

Ayer tuvimos reunión de nuestro seminario permanente, y en ella contamos con un ponente para darnos su visión sobre la adaptación curricular de la educación ambiental. Salí, como decían las abuelas, con los pies fríos y la cabeza caliente. A ver, estoy de acuerdo en que cualquier cosa que hagamos, sea enseñar o cestos de macramé, diseñar naves espaciales o vender churros, lo tenemos que hacer vinculado a nuestro propio ser. Quizá otra forma de decirlo más llana, sea la famosa frase de Galeano, “hacemos lo que hacemos para cambiar lo que somos.” A lo mejor somos como el gato de Schrödinger, y estamos vivos y muertos simultáneamente, en esa permanente pugna entre las certezas asumidas y los fronteras que tenemos que cruzar para abrazar abismos, cada vez, más cotidianos.

También comparto que una enseñanza que ya no se basa en conocimientos sino en competencias, deja mucho margen a docentes para que aquellos sean solo la excusa de abordar, de manera coordinada, el desarrollo de las habilidades necesarias para desenvolverse en un mundo en el que ya no funcionan los discursos aprendidos. Nuestras identidades se licúan, la familia, el trabajo, la patria, la estabilidad… ya nada es para toda la vida, y ahí estamos, reinventándonos a cada poco, siquiera para cubrir una mínima coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.

Pero, qué queréis que os diga, mezclar incertidumbre con posverdad… por ahí no paso. Una cosa es que nuestro acceso al conocimiento tenga sus límites y, superados estos, a veces con tecnología y otras, más importantes, por cambios de paradigma, nos permitan ver la realidad desde planos diferentes a los habituales, penetrar en verdades más profundas, ejercitarnos en la capacidad de recrear la mirada desde otros puntos de vista. Y todo esto, con el grado de incertidumbre que nos exige el mundo actual. Y todo esto, asumiendo, también, que nuestro conocimiento siempre será situado.

Pero nada de lo anterior tiene que ver con la posverdad, un término elegido como neologismo del año 2016, nada menos que por el Diccionario de Oxford, con la siguiente definición: "Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales." O séase, que en la época de la redes sociales en la que vivimos, cualquier cosa que una persona crea, pasa a ser verdad, esté contrastada o no, porque la mentira se nos presenta como una verdad desde otro punto de vista. Así, yo puedo decir que existen elefantes rosas voladores solo por el hecho de me que guste la idea y quiera creer en ella, y nadie me podrá negar que esa sea mi verdad.

Las palabras y su influencia en la percepción y recreación de la realidad –es decir, su capacidad performativa sobre esta- ha sido objeto de estudio desde tiempos lejanos. Nietzsche decía “sin un nombre, las cosas no existirían.” Me preocupa, y mucho, no ya el uso, sino la existencia misma de las palabras. Si el término posverdad acaba cuajando, como parece, y el término mentira desaparece de nuestro diccionario mental, estaremos dando luz verde a una palabra de mentirijillas, a un trampantojo que, no solo encubre y sustituye a la mentira, sino que confunde mentira y verdad. El poema ‘Nocturno’, de Rafael Alberti, recoge este verso: “Siento esta noche heridas de muerte las palabras.” Así que, os animo humildemente a parar, como ayer nos decían, pero para “aprender de nuevo a ver y a poner atención.”



viernes, 7 de diciembre de 2018

Santa Bárbara y la energía


El martes estuve en Guardo. No tengo fotos porque se me olvidó la cámara y mi iPepino, que es una patata, se bloqueó y no me dejó sacar ni una. Pero espero que, aún sin imágenes, os pueda trasladar la sensación con la que regresé.

En este municipio tenemos dos centros adheridos a la red, el CEIP Las Rozas y el IES Guardo. En el primero, la comisión ambiental duró apenas media hora, robándole a sus miembros el recreo, pero muy productiva. Nada menos que once niños y niñas de diferentes cursos –había quien se incorporaba por primera vez a esta responsabilidad y también gente con grado de veteranía-, cinco docentes y un trabajador de mantenimiento. Eduardo, el coordinador del programa en el colegio, les invitó a poner en común lo que hacía unos días les había pedido: algo tan aparentemente sencillo y a la vez complejo como es observar su entorno. La batería de aspectos en que se habían fijado se podrían agrupar en tres ejes: el uso de los espacios comunes, especialmente, el patio, por su reparto y la suciedad que sigue apareciendo, pese a haber trabajado intensamente el tema de los residuos; cuestiones relacionadas con la energía, como luces y aparatos eléctricos que se dejan encendidos; y lo mismo, pero con el agua. La tarea que se les encomendó para el próximo martes es que puntúen qué tema les parece prioritario para, ya sí, iniciar una investigación en profundidad de lo que ocurre en el colegio.

En el instituto, el orden del día de la comisión ambiental venía cargadito porque, además de las nuevas incorporaciones, había que contar –ya que cuatro de sus miembros habían formado parte de la delegación palentina- los resultados de la IV Confint Estatal. Elena, la profesora que les acompañó, hizo un resumen de todas las actividades apoyado en fotografías, y Daniele, Noemí, Hugo y Alba compartieron las conclusiones de los talleres en los que habían participado, desde lo que supone para el medio ambiente que todo el mundo llevemos un teléfono móvil en el bolsillo, cómo la construcción ha cambiado el paisaje y la arquitectura tradicional, el impacto del cambio climático en la migración de aves, o que cualquier cosa que hagamos contamina el agua de los ríos. Pero, sobre todo, asumieron ante la comisión ambiental, los compromisos que se trajeron de vuelta relacionados con diferentes Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y tras el repaso del trabajo de cursos pasados en torno a los residuos –para que no caiga en el olvido y dejar claro que hay que seguir en esa línea-, Elvira, como coordinadora del programa, resumió las acciones que se estaban poniendo en marcha para, en primer lugar, visibilizar el uso de la energía: en la entrada del centro, se podía ver un diagrama de barras con el consumo de gasoil y electricidad y su traducción en términos económicos si se dividiera el gasto entre el alumnado. A partir de ahí, se han dividido el trabajo por cursos, de manera que 1º ESO va a recopilar el uso y consumo de energía –mediante encuestas a toda la comunidad educativa- y una suerte de ‘espionaje energético’, que les permitirá saber por dónde se les escapa la energía, mientras 2º ESO hará un inventario de todos los elementos que consumen energía eléctrica y calorífica y tratarán de analizar su impacto en la salud, la contaminación y el cambio climático, traduciéndolo en la huella de carbono del centro, es decir, las emisiones de CO2 que supone y buscando alternativas para compensarlas.

Cuando salí del CEIP Las Rozas, por los altavoces del colegio sonaba esto: los cambios de clase aquí siempre se hacen con música y yo no había caído en que el 4 de diciembre era el día Santa Bárbara. Tras la reunión en el IES Guardo, llevamos a dos niñas hasta Velilla del Río Carrión, pasando indefectiblemente junto a la central térmica, y después Elena me invitó a comer en un restaurante ubicado en las antiguas casas de los directivos de Explosivos Río Tinto. En la reunión de la comisión ambiental del instituto, cuando Noemí nos contaba los cambios en la arquitectura, me enteré de que el castillo de Guardo –en su día situado estratégicamente para vigilar la frontera entre los reinos de León y Castilla- fue desmantelado para construir el ferrocarril de vía estrecha de La Robla que, a finales del siglo XIX sustituyó a las barcazas del Canal de Castilla para transportar el carbón al norte de la Península, dando el espaldarazo definitivo a lo que Eduardo había denominado un rato antes el ‘monocultivo industrial’ de la comarca.

Con este panorama, supongo que, quien no conozca la zona, se puede hacer una ligera idea de lo que supuso el desmantelamiento del sector minero a partir de los años 80, el cierre paulatino de todas las explotaciones, que quedarían reducidas a dos minas subterráneas en Velilla y otra a cielo abierto en Guardo durante los 90, con un fuerte impacto sobre el bosque de roble melojo más importante de la provincia. En 2008, cerró la empresa de explosivos y ya en 2014 vino el cese definitivo de todas las explotaciones mineras. Y como ya sabemos, a las térmicas les quedan los días contados.

En el trayecto de vuelta, pensaba cómo afrontarían el diagnóstico de la energía niños, niñas y adolescentes de esta comarca. No sé si ya relacionan el cambio climático con la central junto a la que han crecido. Ni sé si les suena lo de la descarbonización, o si ven algún vínculo entre la transición energética y sus vidas. Pensé si una de las niñas que llevamos a Velilla seguirá el año que viene en el instituto de Guardo: quizá su padre y su madre, ambos en plantilla de la térmica, participen en las tareas de desmantelamiento, o sean recolocados por Iberdrola en otras instalaciones. Conducía despacio, mi compañera era una densa niebla que apenas me dejaba ver a diez metros de distancia. Y le iba dando vueltas a esto de la sostenibilidad, porque cuando lo bajas a lo concreto, no resulta ni tan fácil ni tan amable. Todo tiene sus aristas y se me antojaba que el futuro, a veces, puede parecerse a un precipicio tras un banco de niebla…