lunes, 23 de septiembre de 2019

No se lo pongamos tan fácil...



Hace una semana cayó en Valladolid una tromba de agua que, aun siendo irrisorios sus efectos comparados con los de la ‘gota’ que ha afectado al suroeste y parte del centro de nuestro país, colocó a la ciudad como protagonista involuntaria de la crónica de sucesos de los informativos. Ni convirtiéndose el pasado domingo por segunda vez en campeona del mundo, le ha durado a la selección masculina de baloncesto su gloria como para desbancar al futbol de la sección de deportes. Y en lo político, ni qué decir tiene cuál ha sido el tema recurrente…

A veces, tienes la sensación de que se cumple aquello de que lo urgente no nos deja tiempo para la importante, y nos quedamos siempre en lo irremediable de las consecuencias. En mi ciudad siempre he oído que hay que temer más las crecidas de la Esgueva “porque busca al padre”. El otro día, sin llegar al caos, las calles ubicadas en el desagüe natural de su desembocadura hacia el Pisuerga nos recordaban su antiguo trazado. Y a nadie le cabe la menor duda de que, pese a las cíclicas ‘gotas frías’, algo se ha hecho francamente mal en la gestión del territorio en el Levante español.

Cerramos la Semana de la Movilidad para meternos de lleno en una suerte de primera Semana por el Clima, aunque ciertos sectores no se dan por aludidos ni de una cosa ni de la otra. Pareciera que el fútbol es demasiado importante para preocuparse por emergencias climáticas y esas gaitas, hasta el punto de que la Eurocopa 2020 pasará a la historia por su atomización y, de paso, por la estela de carbono que dejarán detrás los aviones que –entre integrantes y seguidores de los 24 equipos participantes- surcarán los 12 países que acogerán los 51 partidos, desde Ámsterdam a Bucarest, de Roma a Londres, o de Baku a Bilbao… ¡ahí es nada!

Y entre inundaciones y partidos de fútbol, resulta que arranca el curso y pareciera que vivimos en un déjà vu con la nueva convocatoria de elecciones. En la anterior entrada os hablaba del negacionismo (bueno, mejor dicho, de lo cansina que resulta la gente así). Pero me preocupa que el auge de ciertos populismos desplace de la agenda cuestiones inaplazables. Por eso me parece tan importante que esta semana, desde Perú hasta Palencia –la provincia de nuestra red- haya movilizaciones para apelar no a lo urgente, que en este caso también lo es, sino a lo importante: reclamar y ejerce el derecho a movilizarnos y que lo haga, sobre todo, la juventud. A lo mejor, aunque ‘pierdan’ clase este viernes y los sucesivos viernes, descubran que quizá esa sea la única manera de ganar nuevos derechos y de preservar otros que se ganaron con tanto esfuerzo.

Quizá abran el periódico y cuando todo un premio Nobel les diga que millones de personas procedentes de África arriesgan sus vidas cruzando el Mediterráneo porque huyen de regímenes tiránicos, ya hayan oído hablar de la apropiación de recursos o de las migraciones climáticas, que dejan sin oportunidades a jóvenes como ellos y ellas en sus propios territorios. Quizá la espontaneidad de este movimiento escame a mucha gente y, sin llegar a ver una campaña orquestada –como la ministra belga de Medio Ambiente, a quien le costó el puesto tal sugerencia-, se pregunte si Greta Thunberg no será el ‘burrito blanco’ para salvar la conciencia de Occidente, cuando en otras latitudes denunciar lo mismo que esta joven cuesta la vida a quien abre la boca.

A lo mejor resulta que del famoso eslogan ‘piensa globalmente, actúa localmente’ nos hemos quedado solo con una parte. Así que, que esto nos sirva para abrir un poco las orejas de burro, sea blanco o no, y mirar más allá de nuestros privilegios: no se lo pongamos tan fácil…




viernes, 13 de septiembre de 2019

Unos zapatos plateados



“Vivimos en el capitalismo y su poder parece invencible. El derecho divino de los reyes también lo parecía…”
Ursula K. LeGuin


Qué buen rato pasaríamos tomando un vino con un negacionista. Son la prueba fehaciente de la importancia que tienen la subjetividad y los prejuicios en la construcción de nuestros imaginarios. Y da igual que el tema sea la evolución, la violencia de género, las vacunas o el cambio climático. Tan cargados de razones como incapaces de discernir entre una hipótesis y una teoría, impermeables a la realidad tozuda de los datos, párate tú a explicarles lo que es la inmunidad de grupo o, cuando te vengan con la falta de ‘consenso científico’, matízales que las más de dos mil mentes procedentes de todas las latitudes que componen el IPCC representan en torno al 97% de sus pares en tantas disciplinas científicas como podamos imaginar.

Pero nada, inasequibles al desaliento, te acabarán diciendo que lo tuyo es más un posicionamiento ideológico. Y ese es el punto en que una se calla, le das la razón, y todos contentos. Será la edad, ya no discuto: una profesora me dijo una vez que no era bueno hacerlo con imbéciles, son tan tercos que pueden convencerte. Por eso, quizá, me llama la atención –por no decir que me enfada- ver que desde determinados espacios que, en mi opinión, deberían invertir sus esfuerzos en darnos herramientas para un cambio de paradigma como el que necesitamos, se sigan invirtiendo recursos para ampliar nuestra mirada científica sobre el problema, como si conocer al dedillo el funcionamiento de la física atmosférica nos facilitase en algo, aunque fuese poco, la transformación de una abstracción lejana y poco tangible en una representación profana, en lo que ahora se estila tanto, un sentido común, concreto y abordable.

Porque la cosa va de eso, y claro que es un posicionamiento ideológico, el del negacionismo. Y ni siquiera eso es lo importante, porque se trata de una minoría, pero arrastra, sin querer, el sentido común de la relevancia a la mera creencia. Más de medio mundo está convencido de que el cambio climático es un fenómeno real, y cada vez se hacen más palpables sus consecuencias. Y, sin embargo, se sigue viendo como un problema más en una larga lista de problemas, ya sea la inestabilidad económica, las migraciones, las tensiones entre Occidente y China, o el terrorismo internacional. Metemos un montón de problemas en la piscina, pero no vemos que el problema es la piscina. Y aunque creamos en ello, ninguna de las agendas –política, económica, cultural, social, mediática, educativa…- le da la relevancia que tiene.

Esta relevancia pasa, entre otras cosas, por no pintar escenarios catastrofistas que resultan inabordables e inducen, si no a la parálisis a la desmovilización; pasa por hacer conexiones significativas entre el cambio climático y la vida cotidiana –nuestra ‘piscina de problemas’-, y enlazar sus manifestaciones con la salud, la alimentación o la movilidad, pero también con la precariedad laboral o nuestra percepción de la seguridad, en suma, nuestra vulnerabilidad; pasa por no poner el acento, o no ponerlo solo, en las medidas de adaptación, y empezar a vislumbrar que mitigar el cambio climático exige ir a sus causas. Y cuando hayamos llegado a ellas, nos daremos de topetazos con nuestra línea de confort, y ahí empieza la tarea de cambiar drásticamente nuestra visión de las necesidades y de las satisfacciones. Porque solo construyendo un sendero de baldosas amarillas podremos “caminar lo suficiente para llegar alguna vez a alguna parte…”

En este cuento no hay Bruja del Norte, y necesitamos zapatos plateados para todas y todos.