viernes, 13 de septiembre de 2019

Unos zapatos plateados



“Vivimos en el capitalismo y su poder parece invencible. El derecho divino de los reyes también lo parecía…”
Ursula K. LeGuin


Qué buen rato pasaríamos tomando un vino con un negacionista. Son la prueba fehaciente de la importancia que tienen la subjetividad y los prejuicios en la construcción de nuestros imaginarios. Y da igual que el tema sea la evolución, la violencia de género, las vacunas o el cambio climático. Tan cargados de razones como incapaces de discernir entre una hipótesis y una teoría, impermeables a la realidad tozuda de los datos, párate tú a explicarles lo que es la inmunidad de grupo o, cuando te vengan con la falta de ‘consenso científico’, matízales que las más de dos mil mentes procedentes de todas las latitudes que componen el IPCC representan en torno al 97% de sus pares en tantas disciplinas científicas como podamos imaginar.

Pero nada, inasequibles al desaliento, te acabarán diciendo que lo tuyo es más un posicionamiento ideológico. Y ese es el punto en que una se calla, le das la razón, y todos contentos. Será la edad, ya no discuto: una profesora me dijo una vez que no era bueno hacerlo con imbéciles, son tan tercos que pueden convencerte. Por eso, quizá, me llama la atención –por no decir que me enfada- ver que desde determinados espacios que, en mi opinión, deberían invertir sus esfuerzos en darnos herramientas para un cambio de paradigma como el que necesitamos, se sigan invirtiendo recursos para ampliar nuestra mirada científica sobre el problema, como si conocer al dedillo el funcionamiento de la física atmosférica nos facilitase en algo, aunque fuese poco, la transformación de una abstracción lejana y poco tangible en una representación profana, en lo que ahora se estila tanto, un sentido común, concreto y abordable.

Porque la cosa va de eso, y claro que es un posicionamiento ideológico, el del negacionismo. Y ni siquiera eso es lo importante, porque se trata de una minoría, pero arrastra, sin querer, el sentido común de la relevancia a la mera creencia. Más de medio mundo está convencido de que el cambio climático es un fenómeno real, y cada vez se hacen más palpables sus consecuencias. Y, sin embargo, se sigue viendo como un problema más en una larga lista de problemas, ya sea la inestabilidad económica, las migraciones, las tensiones entre Occidente y China, o el terrorismo internacional. Metemos un montón de problemas en la piscina, pero no vemos que el problema es la piscina. Y aunque creamos en ello, ninguna de las agendas –política, económica, cultural, social, mediática, educativa…- le da la relevancia que tiene.

Esta relevancia pasa, entre otras cosas, por no pintar escenarios catastrofistas que resultan inabordables e inducen, si no a la parálisis a la desmovilización; pasa por hacer conexiones significativas entre el cambio climático y la vida cotidiana –nuestra ‘piscina de problemas’-, y enlazar sus manifestaciones con la salud, la alimentación o la movilidad, pero también con la precariedad laboral o nuestra percepción de la seguridad, en suma, nuestra vulnerabilidad; pasa por no poner el acento, o no ponerlo solo, en las medidas de adaptación, y empezar a vislumbrar que mitigar el cambio climático exige ir a sus causas. Y cuando hayamos llegado a ellas, nos daremos de topetazos con nuestra línea de confort, y ahí empieza la tarea de cambiar drásticamente nuestra visión de las necesidades y de las satisfacciones. Porque solo construyendo un sendero de baldosas amarillas podremos “caminar lo suficiente para llegar alguna vez a alguna parte…”

En este cuento no hay Bruja del Norte, y necesitamos zapatos plateados para todas y todos.




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