“Vivimos en
el capitalismo y su poder parece invencible. El derecho divino de los reyes
también lo parecía…”
Ursula K.
LeGuin
Qué buen rato pasaríamos tomando un vino con un
negacionista. Son la prueba fehaciente de la importancia que tienen la
subjetividad y los prejuicios en la construcción de nuestros imaginarios. Y da
igual que el tema sea la evolución, la violencia de género, las vacunas o el
cambio climático. Tan cargados de razones como incapaces de discernir entre una
hipótesis y una teoría, impermeables a la realidad tozuda de los datos, párate
tú a explicarles lo que es la inmunidad de grupo o, cuando te vengan con la
falta de ‘consenso científico’, matízales que las más de dos mil mentes procedentes
de todas las latitudes que componen el IPCC representan en torno al 97% de sus
pares en tantas disciplinas científicas como podamos imaginar.
Pero nada, inasequibles al desaliento, te acabarán diciendo
que lo tuyo es más un posicionamiento ideológico. Y ese es el punto en que una
se calla, le das la razón, y todos contentos. Será la edad, ya no discuto: una
profesora me dijo una vez que no era bueno hacerlo con imbéciles, son tan
tercos que pueden convencerte. Por eso, quizá, me llama la atención –por no
decir que me enfada- ver que desde determinados espacios que, en mi opinión,
deberían invertir sus esfuerzos en darnos herramientas para un cambio de
paradigma como el que necesitamos, se sigan invirtiendo recursos para ampliar
nuestra mirada científica sobre el problema, como si conocer al dedillo el
funcionamiento de la física atmosférica nos facilitase en algo, aunque fuese
poco, la transformación de una abstracción lejana y poco tangible en una
representación profana, en lo que ahora se estila tanto, un sentido común,
concreto y abordable.
Porque la cosa va de eso, y claro que es un
posicionamiento ideológico, el del negacionismo. Y ni siquiera eso es lo
importante, porque se trata de una minoría, pero arrastra, sin querer, el
sentido común de la relevancia a la mera creencia. Más de medio mundo está
convencido de que el cambio climático es un fenómeno real, y cada vez se hacen
más palpables sus consecuencias. Y, sin embargo, se sigue viendo como un problema
más en una larga lista de problemas, ya sea la inestabilidad económica, las
migraciones, las tensiones entre Occidente y China, o el terrorismo internacional.
Metemos un montón de problemas en la piscina, pero no vemos que el problema es
la piscina. Y aunque creamos en ello, ninguna de las agendas –política,
económica, cultural, social, mediática, educativa…- le da la relevancia que
tiene.
Esta relevancia pasa, entre otras cosas, por no
pintar escenarios catastrofistas que resultan inabordables e inducen, si no a la
parálisis a la desmovilización; pasa por hacer conexiones significativas entre
el cambio climático y la vida cotidiana –nuestra ‘piscina de problemas’-, y
enlazar sus manifestaciones con la salud, la alimentación o la movilidad, pero
también con la precariedad laboral o nuestra percepción de la seguridad, en
suma, nuestra vulnerabilidad; pasa por no poner el acento, o no ponerlo solo,
en las medidas de adaptación, y empezar a vislumbrar que mitigar el cambio
climático exige ir a sus causas. Y cuando hayamos llegado a ellas, nos daremos
de topetazos con nuestra línea de confort, y ahí empieza la tarea de cambiar
drásticamente nuestra visión de las necesidades y de las satisfacciones. Porque
solo construyendo un sendero de baldosas amarillas podremos “caminar lo suficiente
para llegar alguna vez a alguna parte…”
En este cuento no hay Bruja del Norte, y
necesitamos zapatos plateados para todas y todos.
Qué interesante reflexión y... qué bonito el video!!!!
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