"¡Qué libro tan
maravilloso podría escribirse narrando la vida y las aventuras de una palabra!
Sin duda, ha recibido diversas impresiones de los sucesos a los que ha servido;
dependiendo de los lugares en los que haya sido utilizada, una palabra habrá
despertado en diferentes personas, diferentes tipos de ideas; pero ¿no es
todavía mejor considerar a una palabra en su triple vertiente de alma, cuerpo y
movimiento?"
Louis Lambert, Honoré de Balzac.
Louis Lambert, Honoré de Balzac.
Madroño en el patio del CEIP Marqués de Santillana (Palencia) |
¿Quién y a quiénes le contarán que los pastores llevaban en
el zurrón yesqueras
para hacerse fuego? ¿O los trucos de las águilas
curanderas para cuidar a sus polluelos y a sí mismas? ¿Quién sabrá algún
día qué es un pelagartal? ¿A quiénes
se transmitirán las recetas de cucurriles?
¿O quiénes recordarán por qué en algunos pueblos de Tierra de Campos llaman a
sus gentes pellejeros?
Los malos
augurios que la electrónica trajo un día al mundo editorial,
afortunadamente, no se han cumplido, y lejos de vivir el declive del libro en
papel, este parece sumarse al arado y la rueda, formando una trilogía de
grandes creaciones humanas difíciles de superar. Y sí, podrían escribirse muchos
libros –quién sabe si recuperando la corteza de abedul como papiro- para
inmortalizar el alma de tantas palabras, contar los sucesos (y los procesos)
que protagonizaban y los sentimientos que movían…
Tronco de abedul: su corteza, extraída en verano, se utilizaba como papiro. |
Pino carrasco y ciprés de Arizona en el patio del CEIP San Pedro (Baltanás). |
Porque no es lo mismo hablar de fotosíntesis que decir “ese
milagro de la naturaleza”, y mientras una te trae a la cabeza fórmulas, el
ciclo de un tal Calvin y cadenas de transporte de electrones que nunca
memorizaste, la otra te recuerda una alfombra
de piedras, unos seres minúsculos que hace millones de años iniciaron
‘las mil y una noches’ de la vida en la Tierra tal y como la conocemos, eso sí,
provocando la extinción masiva de cualquier forma primitiva que no supiese
adaptarse al exceso de oxígeno con el que saturaron los mares y, después,
inundó la atmósfera.
Gracias a ese ‘milagro’ estamos ahora aquí, disfrutando de
lo que Juan Andrés Oria, ingeniero de montes y profesor de la cátedra de micología
de la E.T.S. de Ingenierías Agrarias de Palencia, nos lleva contando a lo largo
de esta semana tan intensa. Aprovechando la iniciativa de La Gran Bellotada
Ibérica, y con la excusa de que el próximo domingo se celebra el Día Internacional de la Educación
Ambiental, hemos invitado a todos los centros de nuestra red a
sumarse a aquello de que “cosa buena es
que nosotros trabajemos, y plantemos para nos y para los que después de nos
vinieren.” Y, entretanto, compartiendo con las escuelas la vida que el
bosque encierra…
Juan Andés Oria, contando la intrincada red de comunicación que establecen las micorrizas con pinos y robles, entre otros. |
Ejemplares de hongos de la familia Scleroderma, y que popularmente llamamos 'pedos de lobo', en feliz y mutua asociación con el madroño, el roble y el pino en el patio del colegio. |
Porque pensamos que ‘la interné’ es una cosa muy moderna,
pero ríete tú del sistema de comunicación que se traen los micelios de los hongos
con las raíces de los árboles para movilizar cosas tan raras como molibdeno de
un extremo a otro de un bosque; o las tareas de fumigación a las que se dedican
muchas rapaces –a veces, recorriendo kilómetros- para llevar a sus nidos musgo
o acículas de pino resinero y mantener a raya a los insectos que, de otro modo,
debilitarían a sus aguiluchos. Y nadie sabe cómo estos saberes se han
compartido, pero con musgo también se tapizaban antaño los gallineros, y nos contaba
Juan Andrés que conoció a un leñador que se curó la herida provocada por un
hacha con la resina del pino, que además de antiséptica, es cicatrizante.
Podemos también reírnos de los ‘superalimentos’ si los
comparamos con la energía que almacena una bellota, capaz de desarrollar en su
primer año de vida raíces de un metro de profundidad. Lo que nos da pie a
pensar que cuando paseamos por un encinar o un robledal tenemos ante nuestros
ojos una mínima parte de lo que se esconde bajo
el bosque, pues cualquier ejemplar maduro puede tener raíces
veinticinco veces más grandes que el volumen de su copa. A estos bosques
climácicos –las comunidades que alcanzan el mayor grado de equilibrio en un
territorio- se adaptaron formas de vida y pastoreo, dando lugar a ecosistemas,
o más correctamente, agroecosistemas:
una mezcla de paisaje y paisanaje, de relaciones, de oficios y tareas, de producción
de alimentos, lana, leña, corcho… sin nombrar la sostenibilidad ni tener idea
de economía circular, pero dando queso, pieles, miel y toda una cultura, y con
la cultura, historias, y con las historias, palabras.
Palabras que a veces nos gustaría enterrar bajo el bosque, como
pelagartal, plantando bellotas…
Precioso documental y muy interesante
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