Si los felices años veinte del siglo pasado nos recuerdan
una época de prosperidad económica que,
lastimosamente, sabemos cómo terminó, este comienzo de año bisiesto, cambio de
década incluida, podría arrancar con un interrogante en dirección contraria… ¿quién
teme al decrecimiento? Cerramos el año y el trimestre con un evento
climático que solo el tiempo dirá hasta qué punto no es un sarao cargado de
buenas intenciones…
Por lo que a esta red se refiere, tuvimos nuestra pequeña
presencia allí: ESenRED participó en la jornada ‘Educación para el Desarrollo
Sostenible y por el Clima’ –enmarcada en la Cumbre Mundial por el Clima COP25-,
y no solo para contar sino para solicitar la integración curricular de la
emergencia climática de la que tanto se habla, y sobre la que tantas propuestas
similares van surgiendo. Afrontar el cambio climático desde el
sistema educativo va más allá de la adaptación curricular, ya que en paralelo a
esto, a la necesaria adopción de nuevas metodologías y a la formación docente,
tendrán que venir otros cambios referidos a las propias infraestructuras y
procesos vinculados al ámbito educativo.
Los Reyes Magos han dejado en nuestras latitudes la formación
de un nuevo gobierno cuyo valor, visto en perspectiva, resulta más simbólico
que los cofres de sus majestades de Oriente. El hecho de que el nuevo ejecutivo
cuente con cuatro vicepresidencias –siendo dos de ellas de transición
ecológica y agenda 2030- marca líneas maestras y define ejes con
una mirada transversal a toda su actuación que, al menos a priori, resultan
esperanzadoras. Y si nos acercamos a la letra pequeña y revisamos el acuerdo de
la primera coalición de gobierno desde la II República, se puede ver que, por
ejemplo, en un ámbito tan cotidiano como la alimentación escolar, parece haber
mimbres para confiar en una apuesta por un modelo
agroalimentario que contempla la salud, el desarrollo rural y la
producción ecológica entre sus criterios.
Representantes de ESenRED con la ministra de Educación, Isabel Ceelá, el pasado 11 de diciembre, en la COP25. |
Pero no es oro todo lo que reluce, ni siquiera incienso y
mirra. La COP25 coincidió con el Seminario de ESenRED en el que, como os podéis imaginar, le damos vueltas a lo que hacemos,
incluida la coherencia de nuestras propuestas. Sabéis mejor que nadie hasta qué
punto se ha cruzado la agenda 2030 y los ODS
como eje de trabajo en los centros educativos, una excusa como otra
cualquiera para sacar a la escuela de su ensimismamiento y poder abordar en –y
conectar desde- las aulas la realidad circundante: del cambio climático a la
violencia machista, desde los temporales en la costa o los incendios en
las antípodas hasta la migraciones (climáticas y/o por conflictos armados
vinculados a la apropiación de recursos naturales) y las nefastas políticas de
control contrarias a derechos humanos, desde la gobernanza de los bienes
comunes a la emergencia de los nacionalismos y, en una deriva más preocupante,
su transmutación xenófoba.
Resultado del análisis de los ODS que más y menos se trabajan en los centros educativos adheridos a ESenRED. |
En este plantearnos incoherencias, nos dio por
analizar qué objetivos de desarrollo sostenible centran el trabajo de nuestras
redes: la imagen que acompaño –en la que aparecen en orden numérico- creo que
es más elocuente que cualquier explicación. Pero llaman la atención dos
objetivos sobre los que parece que no actuamos, nada más y nada menos que el de
hambre cero y el de trabajo decente y crecimiento económico. No deja de ser
paradójico que en un sistema basado en la reproducción de crisis
cíclicas –precisamente, por el exceso de producción- el acceso de la población a y la soberanía sobre los alimentos, más que un mantra que repetimos desde hace
décadas, se haya convertido en una suerte de nirvana inalcanzable. Y, más que
llamativo, escandaloso
resulta que el crecimiento económico siga siendo un objetivo de desarrollo,
sobre todo, a costa de una meta que dice explícitamente lo siguiente:
“Lograr niveles más elevados de
productividad económica mediante la diversificación, la modernización
tecnológica y la innovación, entre otras cosas centrándose en los sectores con
gran valor añadido y un uso intensivo de la mano de obra.”
Que el capitalismo se siente amenazado por la crisis
climática y el colapso ecológico es algo innegable, básicamente, porque ataca
la base de su funcionamiento, que no es otra que el acceso a una energía
barata. Que el capitalismo no se va a recuperar de esta como de anteriores
crisis, también está claro, porque cada vez queda menos de dónde rascar:
estamos en el ‘peak
everything’, y no tanto por la limitación de recursos como su
disponibilidad, o sea, el
coste energético y económico de su extracción. Pero tampoco caigamos en
la celebración de su fracaso, porque puede morir matando. Que decrecer ya no es
una opción, es algo que cada vez más gente tenemos claro: la cuestión es si
decrecemos juntas, poniendo el bien común y la vida en el centro, o si dejamos
que ‘nos decrezcan’, engañándonos con baratijas brillantes, como el
emprendimiento –una fórmula maravillosa para darle glamour a nuestra precariedad-, cuando de lo que deberíamos estar
hablando es de trabajar menos y trabajar todas, y ahora no solo como una
reivindicación (histórica) social y económica, sino como una imperiosa
necesidad (ambiental) de supervivencia. Y esto es algo que, también, deberíamos
abordar en y desde la escuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario