lunes, 13 de enero de 2020

Un mismo saber sobre el cielo






Si los felices años veinte del siglo pasado nos recuerdan una época de prosperidad económica que, lastimosamente, sabemos cómo terminó, este comienzo de año bisiesto, cambio de década incluida, podría arrancar con un interrogante en dirección contraria… ¿quién teme al decrecimiento? Cerramos el año y el trimestre con un evento climático que solo el tiempo dirá hasta qué punto no es un sarao cargado de buenas intenciones…

Por lo que a esta red se refiere, tuvimos nuestra pequeña presencia allí: ESenRED participó en la jornada ‘Educación para el Desarrollo Sostenible y por el Clima’ –enmarcada en la Cumbre Mundial por el Clima COP25-, y no solo para contar sino para solicitar la integración curricular de la emergencia climática de la que tanto se habla, y sobre la que tantas propuestas similares van surgiendo. Afrontar el cambio climático desde el sistema educativo va más allá de la adaptación curricular, ya que en paralelo a esto, a la necesaria adopción de nuevas metodologías y a la formación docente, tendrán que venir otros cambios referidos a las propias infraestructuras y procesos vinculados al ámbito educativo.

Los Reyes Magos han dejado en nuestras latitudes la formación de un nuevo gobierno cuyo valor, visto en perspectiva, resulta más simbólico que los cofres de sus majestades de Oriente. El hecho de que el nuevo ejecutivo cuente con cuatro vicepresidencias –siendo dos de ellas de transición ecológica y agenda 2030- marca líneas maestras y define ejes con una mirada transversal a toda su actuación que, al menos a priori, resultan esperanzadoras. Y si nos acercamos a la letra pequeña y revisamos el acuerdo de la primera coalición de gobierno desde la II República, se puede ver que, por ejemplo, en un ámbito tan cotidiano como la alimentación escolar, parece haber mimbres para confiar en una apuesta por un modelo agroalimentario que contempla la salud, el desarrollo rural y la producción ecológica entre sus criterios.

Representantes de ESenRED con la ministra de Educación, Isabel Ceelá, el
pasado 11 de diciembre, en la COP25.

Pero no es oro todo lo que reluce, ni siquiera incienso y mirra. La COP25 coincidió con el Seminario de ESenRED en el que, como os podéis imaginar, le damos vueltas a lo que hacemos, incluida la coherencia de nuestras propuestas. Sabéis mejor que nadie hasta qué punto se ha cruzado la agenda 2030 y los ODS como eje de trabajo en los centros educativos, una excusa como otra cualquiera para sacar a la escuela de su ensimismamiento y poder abordar en –y conectar desde- las aulas la realidad circundante: del cambio climático a la violencia machista, desde los temporales en la costa o los incendios en las antípodas hasta la migraciones (climáticas y/o por conflictos armados vinculados a la apropiación de recursos naturales) y las nefastas políticas de control contrarias a derechos humanos, desde la gobernanza de los bienes comunes a la emergencia de los nacionalismos y, en una deriva más preocupante, su transmutación xenófoba.

Resultado del análisis de los ODS que más y menos se trabajan en
los centros educativos adheridos a ESenRED.

En este plantearnos incoherencias, nos dio por analizar qué objetivos de desarrollo sostenible centran el trabajo de nuestras redes: la imagen que acompaño –en la que aparecen en orden numérico- creo que es más elocuente que cualquier explicación. Pero llaman la atención dos objetivos sobre los que parece que no actuamos, nada más y nada menos que el de hambre cero y el de trabajo decente y crecimiento económico. No deja de ser paradójico que en un sistema basado en la reproducción de crisis cíclicas –precisamente, por el exceso de producción- el acceso de la población a y la soberanía sobre los alimentos, más que un mantra que repetimos desde hace décadas, se haya convertido en una suerte de nirvana inalcanzable. Y, más que llamativo, escandaloso resulta que el crecimiento económico siga siendo un objetivo de desarrollo, sobre todo, a costa de una meta que dice explícitamente lo siguiente:

“Lograr niveles más elevados de productividad económica mediante la diversificación, la modernización tecnológica y la innovación, entre otras cosas centrándose en los sectores con gran valor añadido y un uso intensivo de la mano de obra.”

Que el capitalismo se siente amenazado por la crisis climática y el colapso ecológico es algo innegable, básicamente, porque ataca la base de su funcionamiento, que no es otra que el acceso a una energía barata. Que el capitalismo no se va a recuperar de esta como de anteriores crisis, también está claro, porque cada vez queda menos de dónde rascar: estamos en el ‘peak everything’, y no tanto por la limitación de recursos como su disponibilidad, o sea, el coste energético y económico de su extracción. Pero tampoco caigamos en la celebración de su fracaso, porque puede morir matando. Que decrecer ya no es una opción, es algo que cada vez más gente tenemos claro: la cuestión es si decrecemos juntas, poniendo el bien común y la vida en el centro, o si dejamos que ‘nos decrezcan’, engañándonos con baratijas brillantes, como el emprendimiento –una fórmula maravillosa para darle glamour a nuestra precariedad-, cuando de lo que deberíamos estar hablando es de trabajar menos y trabajar todas, y ahora no solo como una reivindicación (histórica) social y económica, sino como una imperiosa necesidad (ambiental) de supervivencia. Y esto es algo que, también, deberíamos abordar en y desde la escuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario