Son curiosas las expresiones, porque ‘comerse el mundo’
pareciera una seña de identidad que cualquiera quisiera tener, esa idea de que nada
se te pone por delante y puedes con todo. Pero los tiempos cambian y, a veces,
es bueno pararse a pensar en lo que tienes delante –más que nada para no
llevártelo de calle-, y quizá tampoco es bueno poder con todo, porque depende
de cómo se entienda eso de poder, igual se nos va la mano y es un poder que
ejercemos sobre algo o alguien.
El miércoles me encontré con que el colegio de Ampudia ha cambiado
de nombre, dejando atrás al Conde de Vallellano –presidente del Consejo de
Estado y ministro de Obras Públicas durante la dictadura franquista- y
adoptando el humilde La Cañada. La carretera que hoy te lleva por Valoria del
Alcor hasta Ampudia está sobre la Cañada Real de Merinas, la ruta que seguían
los pastores de Extremadura para subir sus rebaños a las montañas leonesas y
palentinas durante el verano. ¡Eso sí que eran viajes! En una ocasión, alguien
me dijo que el queso de oveja es el alimento dónde mejor se concentra, y de
forma más sostenible, toda la energía de la tierra: un modelo de ganadería
extensiva, mantenimiento de bosques autóctonos, obtención de un producto de
alto valor nutritivo sin sacrificio animal y, por si fuera poco, lana de la
mejor calidad.
Bueno, pues de algo de eso, y recuperando un poco de
memoria, se quiere trabajar en el colegio este año. El huerto, el pequeño
corral de gallinas, el compostero, los comederos y observatorios de aves son
elementos ya integrados en la vida cotidiana de este centro. Aprovechando que
el curso pasado todo el colegio recorrió las calles del pueblo, sumándose a la
huelga climática, le planteé a la renovada Comisión Ambiental si relacionaban
de alguna manera las mejoras que tanto les gustaban en el colegio con eso –que les
sigue sonando tan lejano- del calentamiento global.
La primera conclusión –corroborada en otros escenarios- fue comprobar
el efecto tan intenso que en su día tuvo la campaña de sensibilización sobre el
agujero en la capa de ozono, hasta el punto de que, a fecha de hoy, sigue
estando extendida la idea de que el calentamiento se nos cuela por el dichoso
agujero. El caso es que entre risas y bromas fuimos deshilvanando un poco la
madeja, sobre la que trabajarán a lo largo del curso, centrándose en el
impacto, mayor o menor, que tienen los alimentos en el cambio climático. Si un
vaso de yogur no se puede transformar en abono para el huerto en la compostera,
o si pensamos que lo que compramos en el supermercado viene de un poquito más
lejos que de la balda de la que le echamos mano, quizá podamos plantearnos que lo
que comemos, a lo peor, se está comiendo el mundo.
Por eso, para empezar, vamos a darle la vuelta a ese dicho,
y vamos a hacer un viaje ficticio de la mano de los alimentos. Quizá por ahí,
vayamos tomando conciencia de la importancia de ponernos límites, y de nuestra
ansiada libertad pasemos a hablar de interdependencia: la que tenemos de la
tierra que nos sustenta, de otras personas y de otros territorios. Se puede
encontrar un grado de libertad infinito en cualquier encuadre, solo es cuestión
de darle profundidad a lo que hacemos. Decía Stravinsky “cuanto más me limito,
más me libero”.
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