lunes, 21 de octubre de 2019

Ecos


El pasado 3 de octubre, en el CFIE de Palencia, dándole una vuelta a lo que hacemos,
cómo lo hacemos y cómo queremos hacerlo...


Valladolid y finales de octubre es sinónimo de cine. Ayer vi Echo (Bergmál), una película islandesa en la que no hay ni un solo movimiento de cámara. Es como si el director se hubiera dado un tiempo para grabar toda una serie de planos y componer un suerte de collage, frío, distante, casi aséptico, sobre la sociedad actual. No hay juicio, pero el cuadro final resulta feroz.

Traigo a colación esto porque eso de darse un tiempo es lo que me parece que necesitamos. Abriendo el mes tuvimos la primera reunión del seminario, rencuentro, bienvenida, nuevas caras, próximo curso… pero ¿estamos haciendo las cosas bien? Hubo quien comentó que tampoco hacía falta flagelarse, y es verdad, pero la educación judeocristiana (aunque seamos tan ateos como Buñuel, por la gracia de Dios) hace estas cosas, y dimos cuenta –sin pasarse, tampoco es eso…- de la penitencia que arrastra el pecado.

El curso pasado lo cerramos, como de costumbre, con una evaluación. La evaluación, por seguir con símiles católicos (que dan mucho juego) es como la Santísima Trinidad: se presenta como un axioma, pero no deja de ser más que un misterio. O sea, todo el mundo la considera imprescindible, casi nadie deja de hacerla, pero muy poca gente la contrasta y aplica mejoras acordes. Quizá tampoco seamos capaces de hacerlo en esta red, pero vamos a intentarlo.

No creo que haya nadie más cualificado para atender a un gremio que gente de ese mismo gremio. Entonces, ¿por qué darle tantas vueltas, si hasta resulta evidente que los intercambios de experiencias se consideran la mejor fórmula de formación y autoformación? Si la falta de tiempo y de recursos se ven como la mayor limitación, ¿por qué no compartir en los escasos encuentros las ideas, los materiales, los enfoques de lo que funciona y, como alguien dijo, aprovecharse unos centros de otros? Por ahí iban los ecos que me resonaban a la hora de encarar el nuevo curso, pero no eran los únicos. 

Leyendo un día los métodos de un profesor para incentivar la lectura me preguntaba, no ya si estamos a la altura de las herramientas tecnológicas que pueden conectar con la infancia y adolescencia actual, sino si la manera y el fondo de lo que se les cuenta tiene algún sentido, o lo tendrá, dentro de muy poco. Y me seguían resonando más ecos, como plantearme para qué tanta matraca con la transversalidad de la educación ambiental, o ahora el currículum de emergencia climática, si al final los centros escolares no dejan de ser espacios paralelos donde en una franja muy concreta de edad se pasa un tiempo (mucho) completamente desconectado de la vida, en particular, y del mundo, en general.

No hay noticia internacional que esté ocupando las últimas semanas –y me atrevería a decir que meses y años– las portadas de los diarios que no ponga de manifiesto que las medidas que se adopten en favor de la sostenibilidad ambiental solo traerán enormes desigualdades y, consecuentemente, conflictos sociales si no van acompañadas de fuertes políticas públicas de sostenibilidad social. Todo lo demás, serán ecos de una sociedad que, como la pareja en el relato de Ray Bradbury, La última noche del mundo, cierra cómicamente el grifo del agua mientras espera el final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario