El pasado 3 de octubre, en el CFIE de Palencia, dándole una vuelta a lo que hacemos, cómo lo hacemos y cómo queremos hacerlo... |
Valladolid y finales de octubre es sinónimo de cine. Ayer vi
Echo (Bergmál),
una película islandesa en la que no hay ni un solo movimiento de cámara. Es
como si el director se hubiera dado un tiempo para grabar toda una serie de
planos y componer un suerte de collage, frío, distante, casi aséptico, sobre la
sociedad actual. No hay juicio, pero el cuadro final resulta feroz.
Traigo a colación esto porque eso de darse un tiempo es lo
que me parece que necesitamos. Abriendo el mes tuvimos la primera reunión del seminario,
rencuentro, bienvenida, nuevas caras, próximo curso… pero ¿estamos haciendo las
cosas bien? Hubo quien comentó que tampoco hacía falta flagelarse, y es verdad,
pero la educación judeocristiana (aunque seamos tan ateos como Buñuel, por la
gracia de Dios) hace estas cosas, y dimos cuenta –sin pasarse, tampoco es eso…- de la penitencia que arrastra el pecado.
El curso pasado lo cerramos, como de costumbre, con una
evaluación. La evaluación, por seguir con símiles católicos (que dan mucho
juego) es como la Santísima Trinidad: se presenta como un axioma, pero no deja
de ser más que un misterio. O sea, todo el mundo la considera imprescindible,
casi nadie deja de hacerla, pero muy poca gente la contrasta y aplica mejoras
acordes. Quizá tampoco seamos capaces de hacerlo en esta red, pero vamos a
intentarlo.
No creo que haya nadie más cualificado para atender a un
gremio que gente de ese mismo gremio. Entonces, ¿por qué darle tantas vueltas,
si hasta resulta evidente que los intercambios de experiencias se consideran la
mejor fórmula de formación y autoformación? Si la falta de tiempo y de recursos
se ven como la mayor limitación, ¿por qué no compartir en los escasos
encuentros las ideas, los materiales, los enfoques de lo que funciona y, como
alguien dijo, aprovecharse unos centros de otros? Por ahí iban los ecos que me resonaban a la hora de encarar el
nuevo curso, pero no eran los únicos.
Leyendo un día los métodos
de un profesor para incentivar la lectura me preguntaba, no ya si
estamos a la altura de las herramientas tecnológicas que pueden conectar con la
infancia y adolescencia actual, sino si la manera y el fondo de lo que se les
cuenta tiene algún sentido, o lo tendrá, dentro de muy poco. Y me seguían
resonando más ecos, como plantearme para qué tanta matraca con la transversalidad
de la educación ambiental, o ahora el currículum
de emergencia climática, si al final los centros escolares no dejan
de ser espacios paralelos donde en una franja muy concreta de edad se pasa un tiempo (mucho)
completamente desconectado de la vida, en particular, y del mundo, en general.
No hay noticia internacional que esté ocupando las últimas
semanas –y me atrevería a decir que meses y años– las
portadas de los diarios que no ponga de manifiesto que las medidas
que se adopten en favor de la sostenibilidad ambiental solo traerán enormes desigualdades
y, consecuentemente, conflictos sociales si no van acompañadas de fuertes políticas
públicas de sostenibilidad social. Todo lo demás, serán ecos de una sociedad que,
como la pareja en el relato de Ray Bradbury, La última noche del mundo, cierra cómicamente el grifo del agua
mientras espera el final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario