Esta pandemia global es una crisis de dimensiones brutales que nos afecta como sociedad y, de seguro, condicionará la manera que tenemos de relacionarnos entre nosotros y con nuestro entorno. Con una mirada optimista, este periodo también nos ha proporcionado una serie de aprendizajes colectivos que nos pueden ayudar y muy mucho a las necesarias transiciones socioecológicas que los grandes retos ambientales nos enfrentan. Apuntamos aquí algunos de ellos.
La evidencia de un maltrato a la naturaleza que se nos revuelve
Esta pandemia ha evidenciado nuestra
vulnerabilidad como seres vivos, la fatuidad de nuestra existencia y nos ha
recordado algo que es evidente pero a menudo olvidamos: somos básicamente seres
vivos, vulnerables, que dependemos de las variables biofísicas para vivir.
También nos ha hecho tomar consciencia de que todo lo que le hacemos a la
naturaleza, que soporta esas variables biofísicas de las que dependemos, tiene
consecuencias sobre nuestra calidad de vida. Como nos recuerda Silvia Ribeiro, del Consejo Económico y Social
de Naciones Unidas: no le echen la culpa
al murciélago, echémosla a nosotros
mismos porque es la presión sobre los recursos naturales, es la reducción
del espacio para la vida silvestre, la extensión de la actividad agropecuaria
industrial a todos los rincones del planeta y es también la caza incontrolada
de fauna silvestre, la causante última de esta pandemia. Las últimas pandemias
(Covid19, gripe aviar, gripe porcina, …) han saltado de animales silvestres a
los humanos fruto, justamente de la presión que ejercemos sobre ellos y en muchos casos de las
técnicas de manejo de la ganadería industrial.
Esta crisis nos está poniendo frente al espejo,
de manera descarnada, el efecto boomerang
de nuestros actos; de cómo el modelo predador que como especie usamos para
aprovechar los recursos del planeta, pasan factura antes o después. Ello hace
que se esté engrosando una conciencia global, alimentada por las recientes
movilizaciones climáticas, de mayor empatía y corresponsabilidad con el
Planeta.
Una nueva
mirada a la movilidad sostenible
El confinamiento y la casi paralización de la
actividad productiva ha tenido como efecto la reducción notabiliísima de la
movilidad motorizada en nuestros pueblos y ciudades hasta niveles nunca vistos.
Y la salida al desconfinamiento brinda una oportunidad a aprovechar los
aspectos positivos que hemos descubierto durante estas semanas de reducción de
tráfico (reducción de la contaminación, pacificación del espacio público, del
ruido, etc.) pero también de reconfigurar la movilidad sobre bases que
faciliten la seguridad basada en el distanciamiento físico.
Así, la bicicleta, que al principio de la crisis
fue vista con unos ojos llenos de prejuicios por algunas personas, ha
ido ganando enteros en su concepción como medio de transporte idóneo para garantizar el
distanciamiento social así como para facilitar una vida más saludable.
También la movilidad peatonal que, recordemos,
sigue siendo mayoritaria en los desplazamientos cotidianos
España, es una alternativa que tiene potencial de crecimiento porque también
facilita el distanciamiento físico en la “nueva normalidad” que se nos aviene.
De hecho, algunas ciudades como Barcelona, Zaragoza o Valladolid, y otras como
la capital palentina que lo está valorando, han
decidido peatonalizar calles y avenidas para facilitar que los paseos y salidas
a la calle que está posibilitando la desescalada gradual, se puedan hacer en
condiciones de seguridad.
Estas iniciativas están sirviendo, en definitiva,
para reconsiderar la movilidad y por poner en la agenda social los evidentes
beneficios de prescindir, en la medida de lo posible, de una movilidad
motorizada, y el papel que el nuevo urbanismo puede tener para ello.
El valor
de un consumo menos irresponsable, una nueva mirada a quien nos da de comer
Este tiempo que hemos pasado en casa nos ha
permitido descubrir y recrearnos en un modo de consumo diferente. Que la
levadura y la harina hayan sido los productos de mayor demanda en las semanas
centrales del confinamiento, que el comercio de cercanía, las tiendas del
pueblo hayan ganado en cuota de mercado ante el cierre de los centros
comerciales, nos ha hecho ver que quienes mejor nos apoyan en los momentos de
necesidad es el pequeño comercio y los productos de cercanía, y que nuestra capacidad para alimentarnos mejor es una apuesta por tratar mejor, también, al Planeta.
Esta pandemia
nos ha servido para reconocer nuestra dependencia de las personas y los
sectores sociales de los que depende nuestra calidad de vida. Entre ellos,
campesinos y campesinas que nos dan de comer han logrado escalar algunos
puestos en la escala de reconocimiento social, y la soberanía alimentaria, la capacidad de los
pueblos para abastecerse de alimentos de calidad, emerge con todo su potencial
para transitar hacia modelos alimentarios resilientes, que sean capaces de
soportar envites severos como el de esta pandemia. Necesitamos sistemas alimentarios de cercanía,
que tengan capacidad de abastecer con prontitud a los mercados locales,
adaptados a las peculiaridades de cada región, con capacidad para generar
actividad económica y empleo y, sobre todo, respetuosos con el entorno para
asegurar la alimentación también de las generaciones venideras.
La
valorización de lo público
Por último, esta pandemia también nos ha mostrado
la fortaleza y el valor de contar con unos servicios públicos de calidad. No
solo nos referimos a un servicio sanitario capaz de enfrentar esta crisis
sanitaria, sino todos los servicios públicos que han demostrado ser esenciales
(educación, abastecimiento de agua, limpieza, etc.) y que todas las tardes a
las ocho la sociedad ha dignificado con los aplausos dados a todas esas
personas que, con sus cuidados, están haciendo posible superar esta crisis.
Además de los servicios públicos, esenciales
también para diseñar una transición socioecológica más justa, la salida del
confinamiento está también sirviendo para recuperar el espacio público: las
imágenes de las cientos de personas paseando por calles y plazas, parques,
jardines o montes tras el inicio de la desescalada, están sirviendo para
mostrar que esos entornos, que siempre han estado ahí, tienen un grandísimo
valor como espacios para recuperar la libertad, reconectar con la naturaleza,
ocupar nuestro ocio y mejorar nuestras relaciones con nuestros vecinos y
nuestro medio.
En definitiva, esta crisis ha puesto contra las
cuerdas a nuestra sociedad, sin ninguna duda. Pero también nos ha permitido
atisbar cómo enfrentar situaciones complicadas, y cómo los asideros que nos han
soportado como sociedad durante estas durísimas semanas, pueden ser estrategias para enfrentar las necesarias
transiciones socioecológicas que la crisis ambiental y el cambio climático, nos
apelan como sociedad a acometer.
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