Me encanta asistir a las reuniones
de las Comisiones Ambientales de los centros que forman parte de nuestra red y
escuchar, con sus propias palabras, a niños, niñas y adolescentes qué es este
proyecto y qué están haciendo. Pienso en lo que, a veces, nos complicamos la
vida dándole un nombre grandilocuente a las cosas, con lo sencillo que es
explicarlas con un lenguaje que todo el mundo entienda. Por eso, me da rabia
oír aquello de “Bah, no hemos avanzado mucho…”, solo porque no se emplee la
terminología de una metodología que está ahí para facilitaros la vida, no
para crearos ataduras innecesarias.
Hace ya un par de semanas estuve
en Villalobón, en una sesión en la que fueron los más peques quienes empezaron
contando qué problemas habían encontrado en su colegio. No os los voy a
desgranar porque hicieron este póster para reflejarlos. A continuación, los
mayores tomaron la palabra para explicarme cómo habían ido registrando –a través
de unas fichas que han rellenado durante varias semanas- todos esos
problemas y, ya con ayuda de sus profes, los habían volcado en unas gráficas
para ver cuáles eran los más importantes.
Con esa imagen tan clara, era fácil que
peques y grandes llegaran a la conclusión de que algo tienen que hacer con
la basura que aún tiran al suelo, con los residuos que se siguen mezclando,
con las luces y aparatos eléctricos que quedan encendidos y, sobre todo, porque
les toca muy de cerca, con la cantidad de envases que generan en sus almuerzos.
Pues… ¡manos a la obra! Yo seguía
tomando nota de todo lo que me contaban: van a colocar más contenedores de
diferentes fracciones en el patio –a cubierto, para que no se mojen cuando
llueve, y accesibles para todo el mundo-, la sala del profesorado y los
pasillos; aprovechando la presencia de una mamá que, además es concejala en el
Ayuntamiento, le pidieron –aunque decidieron que enviarían una carta formal con
la decisión- varios contenedores de ruedas para poder trasladar después los
residuos a los contenedores viales, a apenas cien metros del colegio; otra
niña, con una visión muy organizativa, apuntó que sería necesario reactivar la
Patrulla SOL, armar grupos y establecer turnos para cumplir con esta tarea; y,
por último, ya que no siempre depende de niños y niñas, sino de sus familias, escribirles
a estas una carta, dándoles alternativas y solicitando su implicación para
reducir los envoltorios de sus almuerzos, que de paso, puede que también traiga
algún cambio a mejor con una dieta más saludable.
Si os fijáis en esta secuencia de
lo que fue la sesión, estos chiguitos
me contaron en cosa de una hora los resultados de su diagnóstico, priorizaron y
armaron un plan de acción, al que le irán añadiendo, sin duda, muchas más
iniciativas que ayuden a todo el colegio a reflexionar sobre el porqué y el
para qué están haciendo lo que se han propuesto.
El de Villalobón es un centro
veterano, pero ayer estuve en el Colegio Maristas, de la capital palentina, que
se ha incorporado este año a nuestra red. ¿Os podéis creer que me salieron con
la misma? “Bueno, ya nos dirás, quizá estamos un poco perdidos y no hemos
sabido avanzar…” Juzgad quienes leáis esto, pero no me cabían más cosas en la
pizarra tratando de sintetizar todo que me contaron.
Tienen muy claro que eso de la
sostenibilidad tiene que ver con los recursos y con el equilibrio con el que los
usamos; que este año quieren aplicar las 3R y que la ecoauditoría
que les proponemos como herramienta de trabajo sirve para mejorar su colegio;
que los cursos de 5º y 6º, que de momento han tomado la avanzadilla, se han
dado cuenta de que se producen muchos y variados residuos en el colegio, papel,
envases y restos orgánicos, pero les llama especialmente la atención que más de
la mitad sean los envoltorios de sus almuerzos; que una biotecnóloga vino al
cole y les habló de una isla de plásticos
y de que esos plásticos que llegan al mar entran en las cadenas tróficas y a
través de la alimentación pueden acabar en nuestro organismo, y que cayeron en la
cuenta de que lo que ocurre en tierra firme, y también en su colegio, tiene
consecuencias a escala global.
Pero como no pueden hacer nada en
esa magnitud, han decidido empezar a tomar medidas desde su ámbito, o sea, el
colegio. ¿Qué tal una exposición sobre ‘Sostenibilidad’ para que todo el centro
se entere de qué es eso y se sume al reto? ¿Y si empiezan por reutilizar el
papel en cada aula? ¿Y a animar y dar alternativas a envases desechables para
bebida y comida del almuerzo? ¿Y si dividen las papeleras de clase en
compartimentos para cada tipo de residuo? ¿Y qué tal si las patrullas de orden
y limpieza –que ya tienen organizadas- asumen la tarea y, por turnos, sacan
esas fracciones a los diferente contenedores de calle para no cargar con
trabajo al servicio de limpieza escolar? ¿Y por qué no, ya que han hecho hasta
sus cálculos, se plantean una meta para el próximo curso, y hasta podemos sacar
unos indicadores que midan sus mejoras?
¿Y qué tienen que decir las
familias? Las dos mamás que nos acompañaron se comprometieron a contar el
programa en la próxima reunión y, dado que los tablones de anuncios del patio son consultados asiduamente, propusieron que se hicieran carteles para llamar
la atención e ir informando de los avances.
Al arrancar la sesión, Juan, el
profesor que coordina el programa, les planteó algunos criterios que suelen
emplear para decidir los proyectos en los que se embarca el centro anualmente.
Dos de ellos eran la importancia y la urgencia y, para cerrar la reunión, aproveché
el guante y les pregunté si todo lo que me habían contado les parecía que los
cumplían. Un niño y una niña comentaron que les parecía que era importante porque
era un problema global que había que cambiar, y urgente porque, si no
colaboramos y rápido, quizá más adelante no se pueda hacer nada. Quería además,
que me resumieran en una frase qué les había parecido la sesión, y una de las
adolescentes de 2º ESO dijo que, al principio, no sabía muy bien qué era todo
eso, pero que se había dado cuenta de que ‘hemos hecho un plan’. Y aquí os dejo a sus artífices...
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