El otro día estuvo por Valladolid
Jorge Riechmann, uno de los filósofos y ensayistas más interesantes en el
ámbito de la ecología política. La charla nos dejó, como dirían
nuestras abuelas, con los pies fríos y la cabeza caliente. Su intención era,
más que perfilar, abrir el debate a posibles soluciones que tuvieran en cuenta
el ‘suelo’ social, es decir, unas condiciones de vida dignas para toda la
población, y el actual ‘techo’ ambiental, o sea, los límites que nos marca un
planeta finito, de cuyo deterioro el cambio climático sería solo el síntoma más
global y llamativo, aunque no el único.
Claro que, cuando abres tu exposición
reconociendo que no traes soluciones, se extienden las caras de sorpresa en la
sala. En realidad, lo que quería transmitir era la dificultad de encontrar una varita mágica para hacer frente a los actuales retos socioambientales, si
seguimos pensando dentro de los mismos marcos culturales porque, como resume el
libro de Naomi Klein cuyo título he plagiado para esta entrada, el cambio
climático lo cambia todo. O lo que es lo mismo, tenemos que dar un salto para
pensar en cómo producimos bienes y servicios que garanticen una vida digna pero
que, a la vez, impliquen nuevas formas de relacionarnos, entre humanos, y entre
humanos y naturaleza.
Estos cambios de paradigma son
muy complicados, pero me dio por pensar que quizá esas soluciones, que ahora
nos cuesta hasta imaginar, se están empezando a pergeñar en las cabezas de los
y las escolares que participan en esta red. Hay colegios que están investigando
el uso de bienes indispensables para la vida, como el agua o la energía,
centros escolares que han empezado a analizar cómo se mueven, otros que siguen
buscando soluciones a los residuos que generan, quienes trabajan en su huerto
escolar o se plantean cómo se relacionan y sienten en su patio.
Me incorporo a esta red en un
momento en que muchas cosas están cambiando. Falta apenas un mes para el 8 de
marzo, una cita que este año tiene un carácter muy especial, porque se ha
planteado como una huelga, pero no al uso, sino una manera de visibilizar cómo
vivimos y nos relacionamos y, a partir de ahí, provocar la necesidad de
cambiar. ¿Cómo sería un día en que la mitad del mundo no produjera o no
consumiera? ¿Y cómo sería la vida si quienes la cuidan dejaran de hacerlo?
Y quiero pensar que cuando los y
las escolares que hoy participan de la red sean personas adultas tomando sus
propias decisiones, opten por poner la vida en el centro, con austeridad
material y generosidad personal: su vida, las otras vidas, la vida en la
Tierra…
PD: Tomaos la primera entrada de
esta nueva etapa a modo de presentación personal, pero que nadie se me asuste.
El protagonismo de este blog no lo tienen mis inquietudes, aunque me parecía
bien hilarlas con el espíritu del programa, sino cada uno de los centros
educativos que componéis la red de ‘Escuelas para la Sostenibilidad’.