En un
libro de Junot Díaz que leí hace años, la voz omnisciente que narra
la historia dice en un momento que “los cambios que esperamos nunca son los que
lo cambian todo”. Y creo que es cierto. Lo que pasa es que, cuando nos da por
ponernos catastrofistas, si escuchamos una frase tan grandilocuente, tendemos a
pensar que esos cambios serán para peor y, quién sabe, a lo mejor estamos
errando, y mucho, en las perspectivas que tenemos por delante. Podemos pensar
entonces que la mejor opción es ser realistas, pero aunque sea duro tener
esperanzas, no nos podemos permitir optar por la realidad. ¿Por qué? Porque es
esta la que nos delimita los marcos de actuación, las lógicas de pensamiento… y
si adaptamos nuestras estrategias a esa realidad, tendremos muy poco margen
para transformarla, para construir otra realidad.
Sabéis que la semana pasada una
delegación de Escuelas para la Sostenibilidad viajó a Alcaraz
(Albacete) para participar en la IV Confint Estatal, o sea, la Conferencia ‘Jóvenes
Cuidemos el Planeta’. Y creo que no me equivoco si os digo que venimos todo el
mundo encantado. Mientras docentes y técnicas conocíamos Los Batanes
o el rico patrimonio cultural de Alcaraz, en torno a 120 escolares de
diferentes territorios se han mezclado, han compartido los procesos de mejora
ambiental en sus centros, han trabajado de forma secuencial durante tres días
para analizar un problema en el entorno de Alcaraz, reflexionar sobre su relación
con otros impactos a escala global y, lo más importante, se han traído de
vuelta un compromiso que poner en práctica en su centro para mitigar de alguna
manera dicho problema.
Y además de todo esto, que es muchísimo, se han reído, han
llorado, se han emocionado y nos han hecho emocionarnos a quienes ya tenemos
edad para que el cinismo, a veces, se nos cuele un poco por las costuras. En
esta entrevista
a Fidel González, uno de los científicos españoles que forma parte del IPPC
(Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), nos alerta sobre los
márgenes que vamos estrechando, sobre cómo se van reduciendo las posibilidades
de retornar a un escenario manejable y habitable en tanto no vayamos tomando
medidas contundentes para minimizar emisiones y mitigar, que no eludir, un
cambio climático que no está por venir sino que ya es un hecho. Y cierra la
entrevista invitándonos a la responsabilidad de elegir a líderes que sean
capaces de asumir decisiones inaplazables.
Pero hay otro hecho, igualmente contundente, con el que
prefiero quedarme. Siendo docentes, ni os tengo que contar lo complicado que es
que todo salga bien en el festival de Navidad o en la obra de final de curso.
Pues no sé cómo ni de dónde salió el talento, pero ese grupo de 120 escolares
nos regalaron como despedida y cierre del encuentro un baile o performance
de lo más alegórico para repensar lo que le estamos haciendo al
Planeta y, aunque sea una obviedad no viene mal recordarlo, a la propia
humanidad.
Unos minutos antes de cerrar el evento con esa danza, cada
grupo compartió las conclusiones de su trabajo y las propuestas de acción que
se llevaban de vuelta. Uno de los adolescentes puso el broche final y en su breve
discurso se notaba un tono de hartazgo, en el buen sentido, se entiende: nos
apelaba a la gente mayor que tenía delante a que dejemos de repetir
banalidades, como que la juventud es el futuro y el cambio está por venir, frases
que por repetidas suenan casi huecas. No, nos dijo. “Los jóvenes somos el presente,
y el cambio no está por venir, somos nosotros.” Y nos quedó claro, creo, que estábamos
ante líderes que ya estaban tomando decisiones y transformando la realidad.
Si queréis ver fotos y vídeos de todo el evento podéis ir a
este enlace
o entrar en esta
aplicación, si ademáis queréis los comentarios de cada actividad.
“Paradójicamente, en la escuela tienen éxito quienes no la
necesitan.” Esta perogrullada no la digo yo, sino Francesco Tonucci –al que he
traído más veces a colación y esta no será la última- para hacer hincapié en el
hecho de que un lugar que debiera contribuir a limar las desigualdades, por el
contrario, muchas veces acentúa las diferencias.
Al parecer, esto tiene mucho que ver con lo que se entiende
por inteligencia y se valora académicamente, de manera que se prima la mente lógica
–ser capaz de ordenar fechas y datos- y pasan a un segundo plano disciplinas
artísticas, como la música o la danza. Con la llegada de las nuevas
tecnologías, las habilidades prácticas han subido en el escalafón, pero traen
un efecto colateral llamativo: cada vez se utilizan menos las herramientas
culturales más básicas de las que nos dota la escuela, la lectura y la
escritura.
Adaptar los centros educativos a los ritmos de cada escolar,
tiempo libre, espacios de juego, dejar que se aburran, salir a la naturaleza en
lugar de encerrarla entre cuatro paredes… son cosas que suenan muy bien, pero
que parecen casar poco con calendarios, fechas, exámenes y con los programas
oficiales de cada asignatura.
En esta entrevista a Ken
Robinson, el gurú de la innovación educativa, la periodista le plantea
qué se puede hacer para que esa innovación no se convierta, precisamente, en
una brecha más hacia la desigualdad. Además de de dejar buena parte del peso
sobre los hombros docentes –según él, la educación tiene más que ver con los
hábitos que con la legislación, afirmación que podemos compartir- no da una
respuesta convincente o, al menos, obvia el problema estructural de la falta de
medios y herramientas en el sistema educativo para atender, no ya las
desigualdades, sino tan siquiera la diversidad.
Me parece muy oportuna la pregunta, sobre todo, después de
leer reportajes como este, en el que todos los ejemplos –salvo un CRA- se refieren
a iniciativas
privadasque, más allá del atractivo de sus propuestas y de los
buenos resultados, quedan fuera del alcance de la mayoría de familias. Es más,
quizá oigamos pedagogía ‘Waldorf’ o ‘Montessori’ y lo asociemos automáticamente
a centros, sino de excelencia
donde se forman las élites, sí a grupos de familias que enfocan la educación de su
tribu como una elección personaly un asunto privado y privativo.
Ahora la perogrullada sí que la voy a soltar yo, pero de la
mano de una poeta que representa lo que vengo a defender y ella misma esgrime. María
Sánchez es en realidad veterinaria y el año pasado ha publicado un poemario
titulado ‘Cuaderno
de campo’, del que se me ocurren muchas cosas, pero sobre todo, que
es necesario. Su abuelo también era veterinario y, por lo visto, un día
rebuscando en su despacho dio con un libro de bioquímica en el que cada
capítulo arrancaba con una cita de Shakespeare, ante lo que se preguntó en qué
momento nos habían metido en la cabeza aquello de ‘yo es que soy de letras, yo
es que soy de ciencias’, quién demonios dejó de ver que ambas maneras de acercarse
y entender el mundo podían –y debían- ir de la mano. Si así fuese, seguramente,
tendríamos menos excusas –y miedos- para evitar lo que desconocemos.
Jorge Drexler es médico otorrino, y aunque ejerció algún
Me encantan los globos terráqueos. De pequeña tenía uno que
hacía las veces de lámpara: cuando estaba apagado, te mostraba el mapa político
del mundo, y encendido, el mapa físico. Pero para lo que os quiero proponer,
resultará más útil un mapamundi en papel, a ser posible, una fotocopia
ampliada. Un fin de semana puede ser un buen momento para que, a medida que
vais sacando las cosas para preparaos el desayuno, tengáis a mano, por ejemplo,
lana de diferentes colores.
Tened un poco de paciencia e id apuntando de dónde procede
cada uno de los ingredientes que componen vuestra primera comida del día:
leche, café, cacao, azúcar, mantequilla, mermelada, yogur; naranjas, plátanos,
kiwis, mangos; tal vez, si sois más de salado, queso, aceite, tomate, huevos,
bacón; y pan o cereales. Cuando lo hayáis apuntado, id cortando hilos de
distinto color que unan el lugar donde vivís con el origen de cada una de las
cosas que habéis comido. Después, medid los centímetros de distancia con una
regla y, teniendo en cuenta la escala a la que esté el mapa, multiplicad para
obtener los kilómetros que han recorrido todos esos alimentos hasta llegar a
vuestra mesa.
No os asustéis con las cifras, es fácil que –solo con el
café, el cacao o el azúcar, más un capricho de fruta exótica que os hayáis
dado- los kilómetros alcancen, como poco, la mitad de la circunferencia terrestre.
¿Nos dice algo esto? Pues, no sé, lo mismo pensáis que menudo entretenimiento os
acabo de dar, igual os sorprende el dato, o quizá ya seáis conscientes de la
necesidad de consumir productos de temporada y cercanía, mejor sí son
ecológicos o se han producido con criterios de comercio justo. Vale, desde
nuestras casas, aún podemos sentir que tenemos cierta capacidad de elección.
Pero en los colegios… ¿tiene la comunidad educativa y,
especialmente, padres y madres la posibilidad de elegir qué se come? La globalización ha convertido la alimentación en un enorme negocio en el que prima más el
movimiento de mercancías de un extremo a otro del planeta que criterios
ambientales y sociales en la producción.
Los centros educativos no son ajenos a esta dinámica, tal y
como muestra el último informe ‘Los
comedores escolares en España: del diagnóstico a las propuestas de mejora’.
En nuestro país el 34,6% de escolares de infantil y casi el 30% de primaria
hacen la principal comida del día en el colegio, o lo que es lo mismo, unos dos
millones de escolares. Más del 60% de la comida que se sirve en los colegios
procede de empresas de catering, con sistemas de línea fría y comida
precocinada que recorre grandes distancias y se sirve, habitualmente, en
bandejas de plástico. En Castilla y León todos los centros que subcontratan el servicio
de comedor lo hacen mediante gestión indirecta. Como último dato, baste decir
que cerca del 60% de todos los servicios de comedor en España están en manos de
solo cuatro grupos empresariales, ya que los lotes en los que suelen salir este
tipo de licitaciones públicas no favorecen el acceso a pequeñas y medianas
empresas.
La preocupación por la salud y, por qué no, también por la
sostenibilidad está detrás de las iniciativas que padres y madres están poniendo
en marcha en diferentes puntos del territorio para tratar de revertir esta
tendencia y recuperar, no ya la gestión directa de un servicio externalizado,
sino las cocinas en los propios centros escolares. Toca momento de revisión de
temas, ejes y objetivos para el próximo curso así que, si estáis interesados en
alimentar el cambio
en vuestros centros, os dejo los materiales didácticos elaborados dentro del
proyecto que varias organizaciones están impulsando para fomentar una
alimentación saludable y sostenible en la Comunidad de Madrid. Por aspectos
nutricionales, organolépticos, medioambientales e, incluso, pedagógicos, parece
lo más razonable: el comedor escolar es –o debiera ser- un espacio
educativo más, donde niños y niñas aprenden a valorar los alimentos, a cuidar
el medio ambiente y a convivir en la diversidad.
Si os preguntara cuál de estas dos imágenes representa un patio escolar, ¿con cuál os quedaríais? La respuesta da un poco igual, lo
llamativo del asunto es la similitud entre los patios de muchos colegios y el
patio de una cárcel.
Imagen de una
de las presentaciones de la Jornada ‘Entornos Escolares Saludables’,
Niños y niñas pasan de media entre seis y diez horas
semanales en el patio de su colegio que, en casos extremos de zonas muy
densificadas, puede representar el único equipamiento deportivo y de juego del
barrio. Bajo estas premisas –y dentro del Plan Madrid Ciudad de los Cuidados-
se puso en marcha el Proyecto de Cuidados de los Entornos Escolares, una
experiencia piloto para intentar definir los criterios de intervención en
dichos espacios.
El equipo MICOS –formado por dos arquitectas y un ecólogo
paisajista- hizo, en primer lugar, un diagnóstico de los patios, que
se podría resumir en que “son espacios simplificados y homogéneos, carentes de
relieve, sombra y vegetación, donde el único espacio de juego provisto es el
deportivo competitivo. La
consecuencia de estos patios es la exclusión, de género, de capacidades e
intereses. En ellos se desincentiva la actividad física no estructurada
y la interacción social, frenando el desarrollo psico-físico de niños y niñas.”
Es fácil deducir que, aunque el tamaño en este caso sí
importa –dado que más espacio promueve mayor actividad física -, es aún más
importante su calidad, con diferentes equipamientos, espacio verde… que
faciliten un desarrollo integral (físico, mental, cognitivo y emocional), al
potenciar habilidades e intereses diversos y una mayor autonomía de los y las
menores en la gestión de su tiempo de ocio.
Este estudio preliminar sirvió para elaborar, un año
después, la Guía de Diseño de Entornos Escolares,
estructurada en tres bloques: criterios de intervención, ejemplos de aplicación
de la metodología, y una caja de herramientas que, salvando las diferencias,
sean de utilidad a quienes quieran aplicarla a otros espacios y procesos.
En estos procesos es deseable que esté implicada toda la
comunidad educativa, incluidas las familias. Pero está claro que lo que se
pretende es incentivar la participación de niños y niñas. Una de las personas
que más ha trabajado –en sus múltiples facetas como docente, investigador,
divulgador y dibujante- a favor de la ciudadanía plena de niños y niñas es
Francesco Tonucci, autor de todo un clásico que no debería faltar en nuestras
estanterías, ‘La ciudad de
los niños’. Su lema es bien sencillo y en torno a él ha girado su proyecto: si una
ciudad es adecuada para niños y niñas, es una ciudad buena para todo el mundo.
“Los maestros deberían aprovechar los momentos de libertad
y juego de los chicos para observarlos, ver los aspectos de su carácter y las
actitudes que normalmente en clase no se revelan, no parausarlas contra ellos, sino para conocerlos más."
Francesco Tonucci.
La escuela absorbe gran parte del tiempo de niños, niñas y adolescentes, pero no constituye en exclusiva su geografía vital: su familia, su historia, su barrio. Esta primavera se ha celebrado en Pontevedra la I Bienal
Internacional de Educación en Arquitectura para la Infancia y la Juventud,
un intercambio de experiencias para reconocer el potencial transformador que
tienen los proyectos educativos en los que las herramientas arquitectónicas y
artísticas son solo el medio para conseguir espacios urbanos más aptos, más
habitables, más seguros… Como veis, este es un viaje de ida y vuelta, de la
ciudad al colegio y de la escuela al barrio, en el que tenemos que encontrar
fórmulas que hagan ganar en autonomía y protagonismo a sus habitantes más
vulnerables.
Una amiga que se había trasladado de Madrid a una ciudad de
provincias, me dijo en una ocasión que no sabía cuándo sacaba la gente tiempo
para leer el periódico. Y es que ella, en la capital, llegaba al trabajo con
las noticias leídas en los tres cuartos de hora que tardaba en llegar desde su
casa en metro.
Estos días se celebra la Semana Europea de la Movilidad, que
culminará mañana con el Día sin Coches. España lidera la participación en esta
iniciativa, con casi medio millar de ciudades adheridas y cerca de tres mil
medidas permanentes presentadas en la pasada edición. Este año el lema apuesta
por la multimodalidad, o
sea, pensar y adaptar la forma de movernos a las actividades y el destino de
nuestro trayecto.
Con el coche ocurre una cosa muy curiosa: se ha convertido
en una suerte de ‘vaca sagrada’… ¿que no lo veis? Vale, pues plantearos lo
siguiente. ¿Cómo es posible que consideremos un derecho movernos con una
máquina que contamina y hace ruido –amén de los recursos naturales que consume
su fabricación-, y para la que ‘exigimos’ un espacio público de doce metros
cuadrados, cada vez que no la necesitamos, donde dejarla muerta de risa, parada
y ociosa?
Carlos Fuentes escribió en ‘Los años con Laura Díaz’ que el
coche es ‘la máquina que gobierna nuestras vidas más que ningún gobierno’.
Desconozco si había leído a André Gorz, que vio claro que el
coche está concebido como un artículo de lujo y, como tal, no se puede democratizar.
O dicho de otro modo, el uso masivo del automóvil privado se ha convertido en
una perversión social, haciendo que nadie pueda gozar de sus supuestas
bondades.
La semana pasada visitó España el arquitecto brasileño Jaime
Lerner –el que fuera alcalde de Curitiba, cuyo sistema de transporte
revolucionó- y vaticinó nada menos que la desaparición
del automóvil: “Será solo para viajes y ocio, no para ciudad.” A su
edad, se puede permitir reírse de modas como las smart cities, que califica de tonterías, porque lo que hace falta
para resolver la movilidad es que la gente viva y trabaje cerca. De lo
contrario, a medida que se ensanchen las calzadas se estrechará la mentalidad…
Igual ya hemos llegado a ese punto y ahora toca hacer
acupuntura urbana, término que el propio Lerner acuñó, o como lo llama Isabela Velázquez, retejer
la ciudady recuperar lo que siempre le ha dado sentido y, seguramente,
la salvará: la vida en común.
Comienza el curso con ese tipo de noticias que te arreglan
el cuerpo: la subida de la luz en torna a un 10%.
Hace tiempo se decía que la prima a las renovables era el motivo por el que se
encarecía la factura. Pero por excusas, que no quede: que viene un año seco y
no hay agua en los pantanos, ah, pues será por eso; que en Francia entra en
paro alguna central nuclear, la subida es porque crece la demanda... El caso es
que este año ha sido especialmente lluvioso: en julio, por ejemplo, hubo un
157% más de producción hidroeléctrica que en el mismo mes del año anterior y,
sin embargo, el precio de la energía de aquel mes se saldó con 48,63€ MW/h,
mientras que el pasado julio hemos pagado el megawatio hora a 66,88€… ¿alguien
lo entiende?
Ahora parece que la causa radica en que los precios de
materias primas, como el carbón y el gas –que alimentan las centrales térmicas convencionales
y las de ciclo combinado-, se han disparado en el mercado internacional. Y para
rematar de complicar el asunto, resulta que también han subido los derechos de
emisión de CO2 que las compañías pagan en el mercado mayorista y que
se repercute en nuestras facturas. La cosa está tan caliente, que la próxima
semana comparecerá en el Congreso la ministra para la Transición Ecológica,
Teresa Ribera, para anunciar los planes del gobierno en aras de contener esta
subida de precios, entre ellos, cómo desligar de la factura final los costes
del CO2.
Si la mayoría de mortales necesitaríamos dos vidas solo para
entender el recibo que nos llega a casa, no es de extrañar que pensemos aquello
de que ‘no hay nadie al volante’ al ver cómo suben y bajan los precios de la
electricidad como si de una montaña rusa se tratase. Pero sí que lo hay…
Pese a la liberalización del mercado eléctrico es fácil
deducir que sigue existiendo de facto
un oligopolio formado por las grandes compañías del sector, o sea, Iberdrola,
Endesa y Naturgy (surgida de la fusión entre Gas Natural y Unión Fenosa). Por
este motivo, hace algo más de un año, la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético
lanzó la campaña #UnMillónSeSalepara animar a la
ciudadanía a contratar los servicios a través de las pequeñas comercializadoras
y cooperativas que –aprovechando, precisamente, la liberalización del mercado-
han ido surgiendo en todo el territorio y que, no solo impulsan el ahorro y la
eficiencia energética, sino que garantizan un abastecimiento a partir de energías
renovables y, con su crecimiento y el aumento de la demanda de este tipo de
fuentes, empujan a que todo el sistema eléctrico bascule hacia su incremento.
Estas iniciativas surgen por tres motivos fundamentales: por
entender que la energía es un bien básico de primera necesidad; al asumir que
en un contexto de cambio climático un modelo energético basado en combustibles
fósiles es insostenible; y para convertir el acceso a la energía en una
herramienta de participación e incidencia política. EnergÉtica
es una cooperativa que en apenas cuatro años de existencia ha superado ya los
1000 contratos y ha recibido el Premio a la Mejor Iniciativa Cooperativa 2017 de
Castilla y León.
Bienes comunes, sostenibilidad, participación, supongo que
os suenan. ¿Os imagináis decidir en asamblea el precio de la electricidad que
consumís? Pues eso, llámadlo energía…
Por más que los años empiecen oficialmente en enero, algo pasa
cuando llega septiembre. Seguramente tenga que ver con el solsticio de verano,
un final de ciclo que anticipa ese período en el que el mundo se para y nos
morimos… un poco. La hiperactividad se ha convertido en la seña de identidad de
nuestros días, en los que no solo el trabajo nos programa, el ocio y el
descanso también buscan su hueco en las agendas. Cuando llega agosto, ese mes
en el que –tanto si estamos de vacaciones como si no- las rutinas saltan por
los aires, es como si nos desvaneciéramos. O puede ser, quizá, que una parte de
nuestro cerebro quedase programada –después de tantos cursos lectivos siguiendo
el calendario escolar- para reiniciarse en estas fechas y, como por inercia, empezáramos
a marcarnos nuevos propósitos. Si los osos hibernan, los humanos –al menos, en
estas latitudes- agostamos. Septiembre es como volver a nacer.
Para ir desperezándonos, os traemos el vídeo en el que hemos
tratado de sintetizar lo que dio de sí, el pasado 5 junio, el encuentro
provincial de Escuelas para la Sostenibilidad. Compartir los logros de cada uno
de los centros con el resto de la red, ampliar la mirada más allá de nuestro
entorno cercano, buscar inspiración en otras iniciativas, y vislumbrar que la
labor colectiva encierra una dimensión mayor que la suma de las partes, puede
servirnos de acicate para arrancar un nuevo curso. En unas semanas, estaréis ya
perfilando el tema, el diagnóstico o las acciones, según el caso, de lo que
abordaréis durante este año. Y hablando de ampliar el horizonte…
No nos queda nada para un próximo encuentro, esta vez el de
nuestra red estatal. Del 17 al 20 de octubre se celebrará en Alcaraz
(Albacete) la IV Confint Estatal bajo el lema ‘La escuela: agente de cambio’. Y
por lo que vamos conociendo del programa, el equipo manchego parece que nos va
a conquistar. Habrá 8 talleres para jóvenes con un planteamiento que parte del
diagnóstico de las evidencias locales de un problema concreto, enlaza con la
reflexión sobre la incidencia y responsabilidad a escala global, y termina con
una propuesta de comunicación como compromiso hacia la resolución de dicho
problema. Como veis, el esquema de trabajo es equivalente al de las
ecoauditorías que aplicamos en Escuelas para la Sostenibilidad.
Los temas que se van a abordar pasan por el efecto del cambio
climático en la migración de aves, la valoración de la calidad de las aguas
fluviales a partir de bioindicadores, la pérdida de biodiversidad, los
incendios forestales y su relación con la desertificación, el impacto de la
globalización económica en la soberanía alimentaria, el agotamiento de los
recursos naturales, la transformación del paisaje, y la despoblación rural. Antes
del 21 de septiembre cada red tiene que confirmar la asistencia de 3 de sus
docentes y 12 jóvenes, que irán en representación de dicha red y tendrán la
oportunidad de contar, a través de un objeto tangible, el proceso que ha
desarrollado su centro en el ámbito de la sostenibilidad, relacionándolo con
alguno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Sí, ya sé que estáis pensando que esto de empezar el curso
llenándoos las agendas no casa mucho con la renuncia a la hiperactividad,
pero… ¿no os parece una propuesta más que sugerente, además de la excusa para
renacer en este septiembre recién estrenado?
Ya está aquí la lentitud del verano o, al menos, a mí eso
siempre me parece, que a partir de julio el tiempo se estira –quizá no tanto
como en la niñez-, pero algo hace que las horas nos mezan hasta volver al
frenesí de septiembre.
En esta red hemos cerrado el curso en Valsaín, el hogar del
Centro Nacional de Educación Ambiental (CENEAM), que siempre acoge por estas
fechas el Simposio de Docentes de ESenRED. Se necesitaría mucho más que un blog
para resumir lo que dieron de sí los intensos tres días que pasamos allí. Se
abrieron con una charla en la que Yayo Herrero trató de hilvanar los ‘lazos
rotos’ que, a su juicio, manifiestan la política, la economía o la cultura, al
pasar por alto, no ya los límites físicos del Planeta, sino la dependencia que
tenemos de los soportes vitales que nos sustentan y de los cuidados que otras
personas nos provean. No es fácil hilvanar el discurso ambiental con una mirada
de género desde los ‘días de…’, los talleres puntuales y el tratamiento de
cualquier tema desde áreas dispersas y hasta separadas. Por eso, desde FUHEM se
han propuesto dar otro enfoque a la educación y están elaborando un currículo
ecosocial –que, en breve, estará disponible en su web- para tratar de
trasformar en profundidad lo que sucede en las aulas.
Toni Aragón, a quien ya conocéis personalmente, fue el
encargado de cerrar el Simposio, recordándonos que no somos tan racionales como
quisiéramos ni tan poco emocionales como creemos. La buena noticia es que la
mezcla de ambas constituye esa forma de pensamiento, la intuición, que ya
Spinoza consideró la más elevada. Otra cosa es que resulte más o menos
complicado ponerla en práctica y, sobre todo, tenerla en cuenta a la hora de
establecer estrategias de persuasión en nuestro ámbito de trabajo.
Y entre ambas ponencias sería imposible resumir los talleres
y los intercambios de experiencias que compartimos. Desde por qué la muerte
masiva de gallipatos en unas lagunas de Albacete ejemplifica la complejidad de
los problemas ambientales, a un parkour en el patio de un
colegio que se ha convertido en el ‘salto’ para la motivación e integración de
adolescentes migrantes; de la cantidad de ‘esclavos
energéticos’ que necesitaríamos si, virtualmente, tuvieran que pedalear
para generar a través de la dinamo de una bicicleta la energía que consumimos,
a cuestionarnos cómo es posible que distingamos antes los símbolos de renombradas
marcas que las hojas de los árboles que nos rodean; de plantearnos qué se
esconde tras el actual modelo de producción de
alimentos, a emocionarnos con los caminos largos, como el de Ítaca, de
Kavafis, para poder cumplir –aunque no escojamos- nuestro deber de amor.
*Título de un poema de Gioconda
Belli, poeta, novelista y activista nicaragüense, en estos días inciertos para
su patria…