El martes estuve en Guardo. No tengo fotos porque se me
olvidó la cámara y mi iPepino, que es una patata, se bloqueó y no me dejó sacar
ni una. Pero espero que, aún sin imágenes, os pueda trasladar la sensación con
la que regresé.
En este municipio tenemos dos centros adheridos a la red, el
CEIP Las Rozas y el IES Guardo. En el primero, la comisión ambiental duró apenas
media hora, robándole a sus miembros el recreo, pero muy productiva. Nada menos
que once niños y niñas de diferentes cursos –había quien se incorporaba por
primera vez a esta responsabilidad y también gente con grado de veteranía-, cinco docentes y un trabajador de
mantenimiento. Eduardo, el coordinador del programa en el colegio, les invitó a
poner en común lo que hacía unos días les había pedido: algo tan aparentemente
sencillo y a la vez complejo como es observar su entorno. La batería de
aspectos en que se habían fijado se podrían agrupar en tres ejes: el uso de los
espacios comunes, especialmente, el patio, por su reparto y la suciedad que
sigue apareciendo, pese a haber trabajado intensamente el tema de los residuos;
cuestiones relacionadas con la energía, como luces y aparatos eléctricos que se
dejan encendidos; y lo mismo, pero con el agua. La tarea que se les encomendó
para el próximo martes es que puntúen qué tema les parece prioritario para, ya
sí, iniciar una investigación en profundidad de lo que ocurre en el colegio.
En el instituto, el orden del día de la comisión ambiental
venía cargadito porque, además de las nuevas incorporaciones, había que
contar –ya que cuatro de sus miembros habían formado parte de la delegación
palentina- los resultados de la IV Confint Estatal. Elena, la profesora que les
acompañó, hizo un resumen de todas las actividades apoyado en fotografías, y Daniele,
Noemí, Hugo y Alba compartieron las conclusiones de los talleres en los que
habían participado, desde lo que supone para el medio ambiente que todo el
mundo llevemos un teléfono móvil en el bolsillo, cómo la construcción ha
cambiado el paisaje y la arquitectura tradicional, el impacto del cambio climático
en la migración de aves, o que cualquier cosa que hagamos contamina el agua de
los ríos. Pero, sobre todo, asumieron ante la comisión ambiental, los
compromisos que se trajeron de vuelta relacionados con diferentes Objetivos de
Desarrollo Sostenible. Y tras el repaso del trabajo de cursos pasados en torno
a los residuos –para que no caiga en el olvido y dejar claro que hay que seguir
en esa línea-, Elvira, como coordinadora del programa, resumió las acciones que
se estaban poniendo en marcha para, en primer lugar, visibilizar el uso de la
energía: en la entrada del centro, se podía ver un diagrama de barras con el
consumo de gasoil y electricidad y su traducción en términos económicos si se
dividiera el gasto entre el alumnado. A partir de ahí, se han dividido el
trabajo por cursos, de manera que 1º ESO va a recopilar el uso y consumo de
energía –mediante encuestas a toda la comunidad educativa- y una suerte de ‘espionaje
energético’, que les permitirá saber por dónde se les escapa la energía,
mientras 2º ESO hará un inventario de todos los elementos que consumen energía
eléctrica y calorífica y tratarán de analizar su impacto en la salud, la
contaminación y el cambio climático, traduciéndolo en la huella de carbono del
centro, es decir, las emisiones de CO2 que supone y buscando
alternativas para compensarlas.
Cuando salí del CEIP Las Rozas, por los
altavoces del colegio sonaba esto: los cambios de clase aquí
siempre se hacen con música y yo no había caído en que el 4 de diciembre era el día Santa
Bárbara. Tras la reunión en el IES Guardo, llevamos a dos niñas hasta Velilla
del Río Carrión, pasando indefectiblemente junto a la central térmica, y después Elena me invitó a comer
en un restaurante ubicado en las antiguas casas de los directivos de Explosivos
Río Tinto. En la reunión de la comisión ambiental del instituto,
cuando Noemí nos contaba los cambios en la arquitectura, me enteré de que el castillo
de Guardo –en su día situado estratégicamente para vigilar la frontera entre
los reinos de León y Castilla- fue desmantelado para construir el ferrocarril
de vía estrecha de La Robla que, a finales del siglo XIX sustituyó a las
barcazas del Canal de Castilla para transportar el carbón al norte de la Península, dando el espaldarazo definitivo a lo que Eduardo había denominado un
rato antes el ‘monocultivo industrial’ de la comarca.
Con este panorama, supongo que, quien no conozca la zona, se
puede hacer una ligera idea de lo que supuso el desmantelamiento del sector
minero a partir de los años 80, el cierre paulatino de todas las explotaciones,
que quedarían reducidas a dos minas subterráneas en Velilla y otra a cielo
abierto en Guardo durante los 90, con un fuerte impacto sobre el bosque de
roble melojo más importante de la provincia. En 2008, cerró la empresa de
explosivos y ya en 2014 vino el cese definitivo de todas las
explotaciones mineras. Y como ya sabemos, a
las térmicas les quedan los días contados.
En el trayecto de vuelta, pensaba cómo afrontarían el
diagnóstico de la energía niños, niñas y adolescentes de esta comarca. No sé si
ya relacionan el cambio climático con la central junto a la que han crecido. Ni
sé si les suena lo de la descarbonización, o si ven algún vínculo entre la
transición energética y sus vidas. Pensé si una de las niñas que llevamos a
Velilla seguirá el año que viene en el instituto de Guardo: quizá su padre y su
madre, ambos en plantilla de la térmica, participen en las tareas de
desmantelamiento, o sean recolocados por Iberdrola en otras instalaciones. Conducía
despacio, mi compañera era una densa niebla que apenas me dejaba ver a diez
metros de distancia. Y le iba dando vueltas a esto de la sostenibilidad, porque
cuando lo bajas a lo concreto, no resulta ni tan fácil ni tan amable. Todo
tiene sus aristas y se me antojaba que el futuro, a veces, puede parecerse a un
precipicio tras un banco de niebla…
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