viernes, 29 de noviembre de 2019

Yo sé escribir muy bonito…

¿Cuántas formas de aprender y enseñar caben en una maleta? Ayer en el PRAE nos brindaron un anticipo en primicia
de otras herramientas pedagógicas, pero... no os podemos adelantar nada más.


El huerto escolar es un elemento que este año ha tenido un asombroso éxito en la red de escuelas de nuestro programa, y creo que he perdido la cuenta de los colegios que ya están o se van a poner manos a la obra. En el CEIP Villa y Tierra, de Saldaña, han entregado en las aulas un sencillo formulario para que niños y niñas pregunten en casa a sus mayores qué se puede plantar en invierno, porque la cosa se les quedaba deslucida en esta época del año. De esta manera harán la selección de variedades que germinarán en los semilleros de cada aula y plantarán después –según las indicaciones que de la propia familia- en el huerto escolar.

En el recién incorporado Nª Sª de la Providencia, de Palencia, también quieren crear su propio huerto escolar. Este año de arranque se van a centrar en el tema de los residuos, con un diagnóstico –que tendrá que ir precedido de alguna idea que llame la atención y que quedó perfilada en la primera reunión de su Comisión Ambiental- que invite a hacer una reflexión colectiva sobre lo que pasa con las basuras del centro y proponer mejoras. Y ya se van anticipando, porque una de las ideas que tienen es elaborar su propio abono a partir de los restos orgánicos. De momento, están difundiendo y abriendo el programa a la participación, y se han lanzado a recoger una lluvia de ideas: no son más que pequeños gestos cotidianos, pero se les ha ocurrido colocar las propuestas de cada clase en la tabica (lo he tenido que buscar porque no sabía cómo se definía) de las escaleras. En las fotos que han colgado en su blog Escuela Sostenible igual os queda más clara la idea.

Comisión Ambiental en el CEIP Villa y Tierra (Saldaña): dos alumnas de
cursos superiores habían preparado una presentación para compartir y
repasar los logros del curso pasado.

Ayer tuvimos reunión del seminario docente en el PRAE, un centro que ya cumple diez años y está en una suerte de cambio de ciclo: más que un centro de visitantes, quiere convertirse en un centro de recursos ambientales y, un paso más allá, un agente con el que codiseñar proyectos a la medida. El CEIP Las Rozas, de Guardo, algo de eso debe de saber y en enero próximo recibirá la visita de sus técnicos. También nos hablaron de V(e2)n, el programa de visitas escolares a espacios naturales, y de su programa de voluntariado ambiental, que tiene entre los centros educativos una importante demanda. A Mª José, del CEIP Villalobón, se le encendieron los ojillos al oírlo, porque sería un estímulo y un impulso estupendo para la iniciativa puesta en marcha por cuatro alumnas de 6º de Primaria: conscientes de que el problema de las basuras no terminaba en el colegio, quisieron lanzar una jornada de limpieza invitando a todo el municipio de Villalobón, como una forma de tomar conciencia sobre los principales puntos negros. Aunque no tuvieron mucho éxito, están entusiasmadas y han grabado un vídeo, y a buen seguro que van a liderar la ecoauditoría de residuos que se han planteado hacer este curso en el colegio.

Un momento de la Comisión Ambiental en el CEIP Villalobón: los cursos
mayores se esmeran en explicar a peques las diferencias de conceptos.

Volviendo a Palencia, el CEIP Padre Claret también va a desarrollar este año un huerto escolar como proyecto de centro, aprovechando la motivación de un grupo de mamás y papás. Pero se han dado cuenta de que, aunque se ha venido trabajando mucho sobre la separación de residuos y se puso en marcha la ‘TupperRevolution’ para limitar el uso de envases en los almuerzos, todavía hay quienes por despiste o desgana tiran la basura en la primera papelera que pillan a mano. Así que, alguien se dio cuenta de que a menudo hay que recordar al resto de escolares dónde arrojar cada tipo de residuo para que no se olviden. “Yo sé escribir muy bonito”, fue lo que dijo una peque en la reunión de la Comisión Ambiental, y ofreció lo mejor que ella sabía hacer para colaborar en un proyecto común. Estoy deseando ver esos carteles…

miércoles, 20 de noviembre de 2019

La gran bellotada ibérica… y los barcos de papel




“Y como otros plantaron para nos, y gozamos de su trabajo, cosa buena es que nosotros trabajemos,
y plantemos para nos y para los que después de nos vinieren.”
Alonso de Herrera, Agricultura General, 1513



El árbol de la vida, Gustav Klimt.

No sé si estamos todo el mundo al corriente de que esto del cambio climático, como la suerte, va por barrios. Y mirad por dónde, a toda el área mediterránea, en general, y a España, en particular, le ha tocado la china: somos una de las zonas del Planeta más vulnerables a sus efectos. A la Wkipedia ni le ha dado tiempo a actualizar su entrada sobre el ‘acqua alta’, el fenómeno de mareas altas que periódicamente inunda la Laguna de Venecia y que la semana pasada alcanzó su máximo histórico, con 187 cm de agua por encima del nivel normal y el 96% de la ciudad anegada. Pero, más allá del dato extraordinario, lo importante es la tendencia: en el último medio siglo el fenómeno ha pasado de tener una frecuencia de menos de 10 veces a repetirse más de 60 al año.

El 70% de la Península Ibérica está en riesgo de desertificación, una cosa que va mucho más allá de las olas de calor o de la pérdida de bosques, sino de la desaparición de esa parte esencial del bioma de la Tierra en la que pocas veces reparamos: el suelo. Para paliar esos efectos tenemos una herramienta natural, especialmente adaptada a las duras condiciones del clima mediterráneo, ya sabéis, aquello de inviernos fríos y largos, y veranos extremos: la bellota.


La Gran Bellotada Ibérica, una iniciativa de la sociedad civil, ha lanzado el reto de plantar 25 millones de estas semillas, y uno de nuestros colegios, Las Rozas, de Guardo, ya se ha sumado. Se han puesto en contacto con otras organizaciones del entorno, desde el club de montaña a la asociación micológica, sin olvidarse de las familias, y a finales de octubre se fueron de recolección. Según me cuentan, tienen miles de bellotas en cuarentena, y ahora les falta salir a sembrarlas, lo que tienen planeado hacer en Monte Corcos y en Muñeca de la Peña, por la carga simbólica del emplazamiento, un desmonte por el que la empresa UMINSA ya fue sancionada por incumplimiento de las medidas protectoras de la declaración de impacto ambiental de una mina a cielo abierto, y años después parece estar haciéndose la ‘sueca’ para aplicar las medidas de restauración. Eso sí, seguro que subvenciones de planes de reconversión minera se habrá llevado unas cuantas…

Acción ciudadana frente a agenda política
En 2017, Christiana Figueres, quien fuera secretaria de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático, publicó una carta en la revista Nature  –junto con otras personas del ámbito científico y diplomático- para alertar de que nos quedaban tres años para salvar el clima, vamos, que como diríamos en inglés estamos on time. Pero me atrevo a remedar el título del artículo porque al clima no hace falta salvarle: somos los seres humanos quienes debemos, como dice Vandana Shiva, cuidar del hogar que habitamos si queremos salvarnos.

En unas semanas España será la anfitriona de la COP25, o sea, la Conferencia de las Partes, o sea, dentro de la Convención, quien toma decisiones. Y parece que desde el Acuerdo de París, en 2015, los avances son más bien escasos: que si mucha transparencia, pero los objetivos firmados no son legalmente vinculantes; que si mucha responsabilidad, pero más para ver oportunidades de inversión en terceros países que para remediar los desastres derivados; que si es tiempo de actuar, pero lo de reducir las emisiones, si eso, ya veremos, porque no hay porcentajes ni plazos para alcanzarlos.

Así que, curiosamente, parece que en este asunto, como en tantos otros, va a tener que ser la sociedad civil la que de una lección, y la batalla. Si esta conferencia se celebra en España es porque su presidencia, Chile, ha tenido tal convulsión interna que hasta se ha conseguido un plebiscito para cambiar la Constitución… ¡con lo que acá nos cuesta solo cumplirla! Y sí, tendremos que ser la gente, la ciudadanía, tú, yo y todas las demás quienes adoptemos una actitud adulta y responsable, lejos del optimismo infantilizado que impera en estos tiempos.

Yates y barcos de papel
Ayer, acabada la comisión ambiental en un colegio, se me acercó un adolescente y me dijo que, claro, todas las soluciones traen sus nuevos problemas, porque “mira tú lo del coche eléctrico… ¿de dónde vamos a sacar tanta batería de litio?” Inmediatamente, le pregunté si estaba al corriente de lo que pasaba en Bolivia –y dudo por su cara que supiera ni colocarla en el mapa-, pero me encantó que un chaval tan joven pusiera en tela de juicio el epítome de ese pensamiento positivo tardocapitalista: el coche eléctrico.

Para hablar de cambio climático se suele aludir mucho a ese símil que nos coloca como especie humana a bordo de un mismo barco, y a partir del cual los nuevos gurús apelan a la agenda (y agencia) humana, o sea, al tú puedes, a sé el cambio que esperas ver en el mundo, y vainas de este pelo, en definitiva, al cambio individual. Cautela. Eso de que los cambios empiezan por lo personal está muy bien, es una idea bonita, pero no es lo mismo viajar en yate que en un barco de papel, de hecho, ya hay barcos que se están hundiendo, no hace falta más que mirar hacia quienes ya están dejando su casa, sus países, debido a fenómenos extremos, al expolio de sus territorios, a la falta de oportunidades...

Cuando se apela a la libre elección individual para cambiar nuestros hábitos –consumir energía renovable, vivir sin coche, no viajar en avión, evitar la carne- se está obviando que la gran mayoría de las personas más vulnerables por los efectos del cambio climático seguramente no tengan coche, la carne no sea habitual en su dieta y si han viajado, seguramente, lo hayan hecho en patera… ¿dónde está su libre albedrío? Responsabilizarnos de nuestras acciones y cambiar consecuentemente nuestros hábitos es una idea muy buena, pero que no nos impida ver la desigualdad social y racial que se cruza con el cambio climático. Ni reconocer que los desafíos a los que nos enfrentamos se tienen que construir en la esfera política: porque solo políticamente se puede poner freno a los yates de lujo y proteger a quienes viajan en barcos de papel, o mejor aún, se puede plantear la osadía de viajar todo el mundo en velero.

viernes, 15 de noviembre de 2019

EL CLIMA EN EL CENTRO*





Como es sabido, en las próximas décadas la humanidad se enfrenta a retos como pocas veces se han vivido en la Historia, y que van a marcar un punto de inflexión en nuestra forma de vivir. Nos encontramos ante una crisis múltiple marcada por el aumento de la temperatura global del Planeta –acelerada en los últimos 20 años-, el descenso inminente de la disponibilidad energética –y que ha hecho posible el crecimiento de los últimos 60 años-, y una pérdida de biodiversidad acelerada, tres hechos que ponen en peligro las condiciones básicas para una vida digna en nuestro planeta. Ha llegado la hora de poner el clima en el centro.

Como nos ha enseñado el movimiento feminista, es preciso entender que estamos ante un despertar que pasa por ser conscientes de que podemos frenar el problema: la causa de la emergencia climática es la dependencia de un sistema fósil y de un sistema de privilegios y de inercias frente a las que poner el cuerpo. Es el momento de que conceptos como la vergüenza de volar, la paradoja de Jevons o la soberanía alimentaria se conviertan en conversaciones recurrentes en todas partes.


Se crea la plataforma ‘Alianza por el Clima’ en Palencia
En medio de este estado de emergencia nos encontramos, sin embargo, con una buena noticia: existe un despertar colectivo que va tomando forma en torno a la ‘primavera climática’. Surge en los últimos meses la inspiración de los mensajes de la activista Greta Thunberg, que revelan cómo la problemática ecológica es un problema para las generaciones presentes sobre el que debemos actuar de forma inmediata. Este mensaje ha sido capaz de movilizar a jóvenes, se ha extendido a sus familias y ha terminado permeando en buena parte de la sociedad, que ya se pregunta qué se ha hecho durante este tiempo, qué futuro queremos y qué nos espera si no afrontamos el reto…

Como respuesta a lo anterior, surge en Palencia ‘Alianza por el Clima’, con el impulso del grupo local de Ecologistas en Acción  y el grupo de decrecimiento Hasta aquí hemos llegado. Es este un espacio en construcción en el que interactúan simpatizantes y militantes de partidos políticos, colectivos como los mencionados, y particulares. Algunas iniciativas ya han sido llevadas adelante, como la moción que ha sumado al Ayuntamiento de Palencia al Pacto de Milán –cuyo objetivo es alcanzar sistemas alimentarios sostenibles en las ciudades- y los trabajos sobre movilidad compartida.


La escuela frente a la emergencia climática
Buena parte de los integrantes de esta nueva plataforma somos personas del ámbito de la educación, docentes y miembros de AMPAS. Hasta ahora, el profesorado más sensibilizado trataba de acercar los problemas ambientales a la escuela. Ahora, el camino parece ser el inverso: el nuevo escenario ha provocado que la emergencia climática salga de los centros educativos, interpele a la sociedad y emprenda y reclame acciones. Acciones por otro lado simbólicas que, si bien ayudan a tomar conciencia del problema, resultan insuficientes. En paralelo, existe una sobrecarga  de contenidos medioambientales, pero ¿qué posibilidades tiene la escuela para abordarlos? ¿Cómo afrontarlos? ¿Desde un enfoque científico y tecnológico? ¿Con neutralidad? ¿Acaso existe, acaso es deseable? ¿Cuál es el lugar para la ‘emergencia climática’ en las aulas y cómo podemos trabajarla?

Desde el grupo de educación de ‘Alianza por el Clima’ pensamos que es momento de situar, como dice Yayo Herrero “la vida en el centro”, y que la escuela sea uno de los lugares en el que podamos imaginar, construir y experimentar alternativas. Queremos compartir y elaborar propuestas con perspectivas ecosociales que contribuyan a conseguirlo e invitamos a todos aquellos miembros de la comunidad educativa a acompañarnos.


* Entrada redactada por Juan Campagne, profesor del Colegio Maristas Castilla y coordinador del programa Escuelas para la Sostenibilidad en su centro, miembro de Ecologistas en Acción Palencia, y uno de los impulsores de 'Alianza por el Clima' en la ciudad.

viernes, 8 de noviembre de 2019

No nos comamos el mundo



Son curiosas las expresiones, porque ‘comerse el mundo’ pareciera una seña de identidad que cualquiera quisiera tener, esa idea de que nada se te pone por delante y puedes con todo. Pero los tiempos cambian y, a veces, es bueno pararse a pensar en lo que tienes delante –más que nada para no llevártelo de calle-, y quizá tampoco es bueno poder con todo, porque depende de cómo se entienda eso de poder, igual se nos va la mano y es un poder que ejercemos sobre algo o alguien.

El miércoles me encontré con que el colegio de Ampudia ha cambiado de nombre, dejando atrás al Conde de Vallellano –presidente del Consejo de Estado y ministro de Obras Públicas durante la dictadura franquista- y adoptando el humilde La Cañada. La carretera que hoy te lleva por Valoria del Alcor hasta Ampudia está sobre la Cañada Real de Merinas, la ruta que seguían los pastores de Extremadura para subir sus rebaños a las montañas leonesas y palentinas durante el verano. ¡Eso sí que eran viajes! En una ocasión, alguien me dijo que el queso de oveja es el alimento dónde mejor se concentra, y de forma más sostenible, toda la energía de la tierra: un modelo de ganadería extensiva, mantenimiento de bosques autóctonos, obtención de un producto de alto valor nutritivo sin sacrificio animal y, por si fuera poco, lana de la mejor calidad.



Bueno, pues de algo de eso, y recuperando un poco de memoria, se quiere trabajar en el colegio este año. El huerto, el pequeño corral de gallinas, el compostero, los comederos y observatorios de aves son elementos ya integrados en la vida cotidiana de este centro. Aprovechando que el curso pasado todo el colegio recorrió las calles del pueblo, sumándose a la huelga climática, le planteé a la renovada Comisión Ambiental si relacionaban de alguna manera las mejoras que tanto les gustaban en el colegio con eso –que les sigue sonando tan lejano- del calentamiento global.


La primera conclusión –corroborada en otros escenarios- fue comprobar el efecto tan intenso que en su día tuvo la campaña de sensibilización sobre el agujero en la capa de ozono, hasta el punto de que, a fecha de hoy, sigue estando extendida la idea de que el calentamiento se nos cuela por el dichoso agujero. El caso es que entre risas y bromas fuimos deshilvanando un poco la madeja, sobre la que trabajarán a lo largo del curso, centrándose en el impacto, mayor o menor, que tienen los alimentos en el cambio climático. Si un vaso de yogur no se puede transformar en abono para el huerto en la compostera, o si pensamos que lo que compramos en el supermercado viene de un poquito más lejos que de la balda de la que le echamos mano, quizá podamos plantearnos que lo que comemos, a lo peor, se está comiendo el mundo.

Por eso, para empezar, vamos a darle la vuelta a ese dicho, y vamos a hacer un viaje ficticio de la mano de los alimentos. Quizá por ahí, vayamos tomando conciencia de la importancia de ponernos límites, y de nuestra ansiada libertad pasemos a hablar de interdependencia: la que tenemos de la tierra que nos sustenta, de otras personas y de otros territorios. Se puede encontrar un grado de libertad infinito en cualquier encuadre, solo es cuestión de darle profundidad a lo que hacemos. Decía Stravinsky “cuanto más me limito, más me libero”.