miércoles, 28 de febrero de 2018

¿A qué suena el colegio de Villalobón?


En esta era de la comunicación instantánea, suele decirse que lo que no se cuenta, no existe. Por si fuera cierta esta máxima, en el CEIP Villalobón este curso se han propuesto mejorar la comunicación, hacia el interior y el exterior del centro, pero no solo.


El colegio se ha embarcado en un proyecto de gamificación, o sea, una metodología que trata de trasladar la mecánica de los juegos al proceso de aprendizaje. Aplicable a cualquier ámbito educativo, puede ser especialmente interesante para eso que tradicionalmente llamamos educación en valores, desde la educación ambiental, el consumo o la salud, hasta la educación para la paz o la igualdad de oportunidades, o sea, todos esos ejes transversales que, lastimosamente, las últimas reformas educativas han dejado bastante descafeinados en pos, por ejemplo, del emprendimiento.

Dentro del proyecto de Escuelas para la Sostenibilidad, el colegio ha venido trabajando el tema del ruido: si el año pasado se convirtieron en detectives y mapearon los ruidos en cada espacio del cole –volcando su investigación en murales que siguen decorando sus paredes-, este año toca sacar adelante las propuestas de mejora. En nuestra última visita nos contaron de qué manera lo van a llevar a cabo.

Investigando sobre el ruido, se han dado cuenta de que este tiene mucho que ver con otras cosas, como el orden, la convivencia, el respeto… y por si fuera poco, también está muy relacionado con los estados de ánimo, o sea, cómo estamos cuando hacemos según qué ruidos y cómo nos quedamos después de soportarlos. Así que, la Comisión Ambiental ha decidido crear la llamada Patrulla SOL, cuya primera tarea ha sido elaborar su carta de responsabilidades, o sea, por qué van a velar cuando estén de ronda.

En un par de semanas, desde aquella reunión, ya le ha dado tiempo a entregar sus primeros premios. Y como el colegio se ha transformado en una aldea vikinga, los premios “vikingos/as silenciosos/as” se traducen en monedas de la aldea con las que elegir, por ejemplo, la música de entrada y salida del colegio.


Hace unos días, una experta en neurociencia alertaba del riesgo de convertir las aulas en un ‘frenesí emocional constante’, y creo que tiene razón: la vida, a ratos, es aburrida y hemos de enseñar a asumir ese aburrimiento y encontrar, quién sabe, vocaciones y aficiones ocultas en él. Pero también es verdad que aprendemos entrelazando lo nuevo con lo que ya sabemos. La Patrulla SOL ha aprovechado el ruido para recordar el reciclaje trabajado en años anteriores, para tejer la educación ambiental con las emociones, y para hacer realmente transversales el aprendizaje, el juego y la convivencia. Y con todo esto… ¿a qué os suena el colegio de Villalobón?

martes, 20 de febrero de 2018

Un misterioso mensaje anónimo llega a Baltanás


El pasado viernes tuvimos reunión en el CEIP San Pedro. Era un día de repaso obligado y presentaciones: renovada la comisión ambiental, sus integrantes compartieron el buen funcionamiento de la patrulla de residuos o la marcha del huerto escolar, fruto del diagnóstico sobre su patio. Pero también se detectaron otras propuestas que no habían tenido eco en la comunidad escolar y que, por tanto, necesitan que les demos otra vuelta.

¿Qué tal un concurso de carteles para recordarnos apagar las luces o repasar los turnos para subir las persianas antes de tener que encenderlas innecesariamente? ¿Y una campaña informativa sobre qué podemos echar y qué no a la compostera?  A lo mejor, nuestro equipo de mediación de la convivencia también puede reivindicar el cuidado del espantapájaros del huerto como una manifestación más de respeto.

No nos dio tiempo a concretar mucho estas ideas porque, a mitad de reunión, Hermi y Rosa Mari nos contaron que había llegado un mensaje anónimo al colegio. Quienquiera que esté detrás de ese mensaje, está claro que quiere llamar la atención de la comisión ambiental sobre algo que salta a la vista: con unas cuantas imágenes, nos mostró el auténtico barullo de coches que se amontonan a la puerta del colegio en las horas de entrada y salida. Así que, aprovechando esta misteriosa interrupción en el orden del día, le preguntamos a la comisión ambiental su opinión.





Niños y niñas estuvieron de acuerdo en el jaleo de coches que suele haber, y no solo eso, sino que nos contaron que había sido hasta motivo de peleas por dificultar el paso. Además, relacionaron esas aglomeraciones con problemas ambientales, pues ya sabemos que los humos de los coches son contaminantes. Lo curioso del caso es que las soluciones, aparentemente sencillas, como venir caminando o en bici al colegio, no lo son tanto en la práctica. Había quien decía que se tarda más y a quienes les daba algo de pereza levantarse antes. En cambio, cuando salió a relucir la idea de que compartir el camino al cole con otros niños y niñas podría estar bien, la mayoría compartieron una opinión unánime: no nos dejan.

Y dicho y hecho: la comisión en pleno, con sus representantes de padres y madres y los doce escolares, se plantearon que lo primero que habría que hacer, tras compartir el misterioso mensaje con el resto del colegio, sería averiguar por qué papás y mamás ‘no nos dejan’ ir caminando al cole. ¿Será nuestro camino largo, aburrido, inseguro…? ¿Verán en ese trayecto algún tipo de riesgo que nos pasa desapercibido? Y si así es ¿podemos hacer algo para cambiarlo? Bueno, paso a paso, y nunca mejor dicho: de momento, tenemos la tarea de analizar cómo ven escolares y familias el camino al cole.

PD: y con tanta investigación ¿averiguaremos quién envió el mensaje anónimo? ;-)

jueves, 15 de febrero de 2018

Un lugar donde aprender a vivir


¿Quién recuerda las clases de lengua en las que tuvo que aprender las conjugaciones de los verbos, y sus irregularidades, o las cantinelas para memorizar la tabla de multiplicar? Seguramente, sea algo que nos cueste. En cambio, es fácil que se nos escape una sonrisa al acordarnos de las amigas con las que compartíamos el recreo, de un compañero cómplice en alguna que otra trastada o, incluso, de aquel que no soportábamos.

Hace unos días se publicó en prensa este reportaje sobre la importancia del patio escolar. Y tanto que ha de tenerla, si tan solo nos fijamos en las horas que pasan niños y niñas en él a lo largo del curso y que supera, en muchos casos, las horas lectivas dedicadas a algunas asignaturas. Frente a los contenidos que se trabajan en el aula, el patio es un espacio donde se generan relaciones y se afianzan valores.

El patio es un espacio donde están en juego muchas cosas, desde la autonomía personal, la iniciativa a la hora de emprender actividades o modelos de convivencia. Pero no le podemos pedir peras al olmo: si no se interviene educativamente sobre él, el patio de recreo tenderá a reproducir las mismas desigualdades que vemos fuera del recinto escolar. La más llamativa, y no hay que tener vista de lince para verla, es el dominio preponderante de los juegos masculinos, normalmente en un área central, en tanto que las niñas suelen estar relegadas a rincones o zonas periféricas del patio.

Afortunadamente, muchos equipos educativos han venido observándolo y tomado medidas. Partiendo de que el patio es mucho más que un lugar donde pasar el rato, se van abriendo procesos de participación en los que niños y niñas, docentes y familias analizan cómo es su patio, reflexionan sobre lo que echan en falta y aportan propuestas. En esta red sois muchos los centros que habéis emprendido esta senda o estáis en ella. Y en ese camino habéis ido creando rincones para pensar, reservas naturales, huertos escolares, espacios de juego… Y seguramente hayáis descubierto que, aunque el fútbol sigue levantando pasiones, el patio escolar es un espacio de oportunidades educativas, un ‘laboratorio’ donde aprender a vivir.

Por cierto, un viejo conocido vuestro escribió hace casi once años algo muy parecido: a veces, pareciera que las cosas cambian demasiado despacio, aunque prefiero pensar aquello de que caminamos lento porque vamos lejos...

miércoles, 7 de febrero de 2018

Esto lo cambia todo…


El otro día estuvo por Valladolid Jorge Riechmann, uno de los filósofos y ensayistas más interesantes en el ámbito de la ecología política. La charla nos dejó, como dirían nuestras abuelas, con los pies fríos y la cabeza caliente. Su intención era, más que perfilar, abrir el debate a posibles soluciones que tuvieran en cuenta el ‘suelo’ social, es decir, unas condiciones de vida dignas para toda la población, y el actual ‘techo’ ambiental, o sea, los límites que nos marca un planeta finito, de cuyo deterioro el cambio climático sería solo el síntoma más global y llamativo, aunque no el único.

Claro que, cuando abres tu exposición reconociendo que no traes soluciones, se extienden las caras de sorpresa en la sala. En realidad, lo que quería transmitir era la dificultad de encontrar una varita mágica para hacer frente a los actuales retos socioambientales, si seguimos pensando dentro de los mismos marcos culturales porque, como resume el libro de Naomi Klein cuyo título he plagiado para esta entrada, el cambio climático lo cambia todo. O lo que es lo mismo, tenemos que dar un salto para pensar en cómo producimos bienes y servicios que garanticen una vida digna pero que, a la vez, impliquen nuevas formas de relacionarnos, entre humanos, y entre humanos y naturaleza.

Estos cambios de paradigma son muy complicados, pero me dio por pensar que quizá esas soluciones, que ahora nos cuesta hasta imaginar, se están empezando a pergeñar en las cabezas de los y las escolares que participan en esta red. Hay colegios que están investigando el uso de bienes indispensables para la vida, como el agua o la energía, centros escolares que han empezado a analizar cómo se mueven, otros que siguen buscando soluciones a los residuos que generan, quienes trabajan en su huerto escolar o se plantean cómo se relacionan y sienten en su patio.

Me incorporo a esta red en un momento en que muchas cosas están cambiando. Falta apenas un mes para el 8 de marzo, una cita que este año tiene un carácter muy especial, porque se ha planteado como una huelga, pero no al uso, sino una manera de visibilizar cómo vivimos y nos relacionamos y, a partir de ahí, provocar la necesidad de cambiar. ¿Cómo sería un día en que la mitad del mundo no produjera o no consumiera? ¿Y cómo sería la vida si quienes la cuidan dejaran de hacerlo?

Y quiero pensar que cuando los y las escolares que hoy participan de la red sean personas adultas tomando sus propias decisiones, opten por poner la vida en el centro, con austeridad material y generosidad personal: su vida, las otras vidas, la vida en la Tierra…

PD: Tomaos la primera entrada de esta nueva etapa a modo de presentación personal, pero que nadie se me asuste. El protagonismo de este blog no lo tienen mis inquietudes, aunque me parecía bien hilarlas con el espíritu del programa, sino cada uno de los centros educativos que componéis la red de ‘Escuelas para la Sostenibilidad’.