viernes, 28 de junio de 2019

Educar desde el corazón

La metáfora del joven árbol torcido atado
a un tutor que le guiará hasta ser un sujeto
adulto 'enderezado' es utilizada por Foucault
(ilustración de Andry de 1749 incluida
como anexo en 'Vigilar y castigar').


El sábado pasado más de 30.000 personas lo daban todo en las oposiciones al cuerpo de docentes de educación primaria. Un amigo que, cual titiritero, ha recorrido nada menos que ocho colegios diferentes en este curso –huelgan comentarios…- pedía a sus colegas, a través de una de sus redes sociales, tranquilidad, que hicieran el examen con ilusión y alegría. Si os sale un tema que os sabéis, “a partirlo”, decía, y si no lo lleváis tan bien preparado, pensad “qué haríais en el aula: si os imagináis delante de cualquiera de vuestras clases, seguro que con ese cariño os saldrán cosas maravillosas.”

No sé cuánta gente siguió su consejo, ni a cuánta le habrá dado buen resultado, pero coincido en su conclusión: “Si no os sale, no desesperéis, seguid luchando, porque no siempre aprueba quien más sabe ni suspende el peor docente. Será un gran día para la educación pública si hay gente que educa desde el corazón.”

Lastimosamente, el sistema educativo sigue funcionando en muchos aspectos como uno de esos dispositivos disciplinarios que definió Michel Foucault y que, lejos de promover la diversidad y la creatividad, están pensados para ‘producir’ individuos lo más homogéneos posible y resultar funcionales a la sociedad. El otro día, en una reunión de trabajo, alguien defendía la importancia de pistas y otras instalaciones deportivas –tan de moda ahora en nuestras ciudades, atestadas de cachivaches a cada palmo- “porque así la juventud tiene algo mejor que hacer que mirar a las musarañas”. Esta anécdota me parece un excelente ejemplo de cómo el castigo al cuerpo –ahora obligado a cultivarse hasta la extenuación- ha sido sustituido, como señalaba el autor de ‘Vigilar y castigar’, por el castigo al alma.


El panóptico de Bentham ya no es un edificio de vigilancia ni una institución
que detenta el poder. Bajo dispositivos disciplinarios el poder pasa a ser una
estrategia de control omnisciente y omnipresente interiorizada hasta tal punto
que cada individuo se vigila a sí mismo y al resto.

No sé si algún docente que se quedase en blanco en la oposición tendría la osadía de decirle al tribunal que le gustaría dedicar una de sus clases a no hacer nada: no valdría leer, ni dibujar, ni aprovechar para ponerse al día con tareas atrasadas, simplemente, no hacer absolutamente nada, y en solitario. ¿Nada? Mirar a las musarañas, estar en Babia, no hacer nada, ser improductivos, solo contemplar o, simplemente, estar, son actividades inútiles y, por tanto, sospechosas. Estar en Babia puede ser una invitación a ensimismarse, a conocerse más profundamente, a asumir nuestros límites, porque hay experiencias para las que el lenguaje no alcanza; mirar a las musarañas quizá sea la actividad más hedonista del ser humano, disfrutar del silencio interior, sentir la respiración, tomar conciencia de su ritmo y, al final, abrir la puerta al pensamiento.

A lo mejor, si les dejásemos espacio, en lugar de llenar su vida de actividades programadas y dirigidas, y educásemos con un poco más de corazón y menos cabeza, les daba por pensar y caían en la cuenta de que la geografía no va de ríos, montañas ni valles, sino que fue una disciplina, inicialmente, militar, luego una herramienta colonial y ahora se proyectan en ella flujos de capital; quién sabe si no acabarían planteándose porqué llamamos economía a un juego de trileros en el que las ganancias se basan en mover cosas de un sitio a otro, solo para generar una falsa sensación de escasez y poder manipular al alza su precio.

Tal vez, si les entrenásemos más para la pereza y no tanto para el trabajo, llegasen a la conclusión de que creer que vamos a salvar el Planeta por renunciar a las pajitas de plástico es una estupidez de calibre solo comparable a la falta de determinación para abrir el debate sobre qué jornada laboral nos podemos permitir. Cabe la posibilidad de que si la educación no se orientase tanto –o no se orientase solo- hacia la empleabilidad, a medida que fueran creciendo desarrollarían una actitud más crítica y reflexiva, y se adueñarían más de dudas que de certezas. Y eso está bien.


En fin, ya está aquí el verano. Y las largas noches estrelladas. Puede que el mundo ya no esté en nuestras manos. Pero si os da por orientar al cielo vuestras dudas para educar desde el corazón, quizá este mapa os de alguna pista. Y si no encontráis brújula y os perdéis, tampoco pasa nada. Clarice Lispector decía que perderse también es un camino…

miércoles, 12 de junio de 2019

Se despliega como un atlas



Hace algo más de dos meses os contaba las visitas que había hecho por los coles de la provincia. El caso es que, en estos tiempos acelerados que vivimos, nos quedamos, precisamente, sin tiempo para las cosas importantes. Se te ‘enciman’ las tareas y, en tanto no desarrollemos el don de la ubicuidad –para otra vida, tal vez…- nos perdemos los pequeños acontecimientos que le dan sentido a nuestros quehaceres.

En aquella ocasión, la comisión ambiental de Buenavista de Valdavia quedó en organizar una jornada festiva para pedir ayuda a la gente grande en transformar su patio a su gusto y medida. Pero llegó mayo, cierre de curso y de proyectos, y pese a recibir la invitación formal –en nuestra feria anual, celebrada en Saldaña, me lo recordaron- no pude asistir. Ayer recibí un correo de Aroa, la maestra que coordina este programa en el centro.

Niños y niñas escribieron una carta a sus familias para convocarles a una reunión, en la que les contaron sus ideas para hacer del patio un sitio más bonito, y les pidieron ayuda para conseguir diversos tipos de materiales, usar herramientas y poder fabricar bancos o jardineras. Las familias salieron encantadas de la reunión y acordaron fijar una fecha que garantizara la mayor asistencia posible. Ese día fue el pasado viernes, 7 de junio, a las 15:30h. La jornada fue un éxito porque acudieron prácticamente todas las familias –incluidas las que ni siquiera residen en el municipio- y, organizándose peques y grandes en tres grupos, lijaron, cortaron, montaron y pintaron unos bancos estupendos aprovechando palés de madera, prepararon la tierra y pudieron pintar algunos maceteros reutilizando neumáticos.


Me cuenta que lo pasaron fenomenal, que el AMPA preparó una merienda bien rica para reponer fuerzas y que el patio ha quedado muy chulo. Pero, lo más importante, es que ahora todo el mundo está muy motivado –no solo niños y niñas- y que surgieron muchas más ideas para seguir mejorando el patio entre toda la comunidad. Afortunadamente, en este patio no creo que sea necesario darle un enfoque de género a la remodelación, más que nada, porque los diecisiete alumnos y alumnas que van al colegio juegan juntas y revueltos, y no hay riñas ni enfados.


Pero el hecho de que se paren a pensar en sus gustos, en que a edades diferentes, a lo mejor, les apetece hacer cosas distintas, en que cada día cada cual tiene su humor –y un día te apetece jugar a la pelota, pero otro trepar o, quién sabe, potenciar tus habilidades artísticas o, simplemente, sentarte y charlar, o no…- hace que sean ellos y ellas, criaturas a las que, en ocasiones, se les niega el criterio, quienes se den cuentan de que sus espacios son, pueden ser y merecen ser más bellos, coloridos, diversos, inclusivos, facilitando la convivencia, la cooperación y el cuidado mutuo. En el primer espacio de socialización de la infancia, esta merece aprender, entre otras cosas, que la estética también es una cuestión ética.

De vez en cuando la vida
nos besa en la boca
y a colores…