jueves, 25 de abril de 2019

De atascos y últimas millas

Imagen de Agence France Press (tomada de la web)


Justo cuando me iba a poner a escribir esta primera entrada postvacacional – mientras todavía oigo los engranajes de mi cerebro cogiendo ritmo para encarar el último y cortísimo trimestre del curso escolar- me llega la noticia de que hay quien ve en los atascos una seña de identidad. Después de recoger el alma, que se te ha caído a los pies (no sabes si por pena, vergüenza ajena o qué), piensas que ni tan mal va tu mente, y te centras en lo que hoy tocaba.

Y resulta que la cosa está muy polarizada, así, en general. Porque mientras hay quienes piensan que defender la salud, restringir el uso del vehículo privado y crear áreas de emisiones cero en los centros de las ciudades, dando prioridad al espacio público compartido y fomentando maneras de moverse menos contaminantes es sinónimo del apocalipsis para el comercio local, hay quienes toman Londres y lo ponen patas arriba, precisamente, porque todo lo anterior les parece casi una tibieza ante el estado de ‘emergencia ecológica’.

No queda la cosa aquí: porque tú oyes Tratado de la Carta de la Energía, y en el actual contexto, piensas que será una cosa buena, que cuando la gente habla de cooperación transfronteriza será para eso, vaya, que sin renunciar a la soberanía sobre recursos energéticos se abran líneas de colaboración bajo principios de equidad, solidaridad, sostenibilidad. Pero qué va, que los lobbies de la industria energética se han organizado y pueden demandar a los Estados cuando a consecuencia de medidas legislativas adoptadas por estos vean sus ‘legítimas expectativas’ perjudicadas. Traducción: según este informe elaborado por Ecologistas en Acción, las demandas ya ganadas contra España representan 687 millones de euros, lo que equivale a la mitad del presupuesto destinado a desarrollo rural, es casi lo que se invierte en Cultura y Educación, y supone el doble de lo que se dedica a incentivar el acceso a la vivienda. Y este es el montante de solo siete de las 48 demandas interpuestas…

Y mira que te acabas haciendo un lío, porque la jácara y publicidad que se le da al coche eléctrico –ese moderno vellocino de oro que va a solucionar los problemas de polución de las grandes ciudades y cubrir nuestras necesidades de transporte- siempre te ha chirriado y, mira por dónde, te empiezan a encajar las piezas: porque no es ya que no tengamos infraestructura suficiente para hacer la transición hacia ese modelo de movilidad eléctrica, es más bien si nos lo podemos permitir.

Por el otro lado vemos que, de un tiempo a esta parte, el diésel y los coches que se mueven con él, son el enemigo a batir. Pero eso, solo turismos, vehículos ligeros, utilitarios privados, vaya. En 2016, las emisiones de CO2 derivadas del transporte de mercancías superaron por primera vez en Estados Unidos a las de las centrales energéticas. Al parecer, esto se debe a un nuevo fenómeno, fruto de nuestros hábitos de consumo, y que en el argot de la logística recibe el nombre de ‘la última milla’. El tramo que, hace no tanto, la gente cubría caminando, dándose un paseo hasta un establecimiento, tienda, comercio local, ahora lo cubren millones de furgonetas y camiones en todo el mundo que –en lo que parece ser el colmo de la evolución civilizatoria- entregan en menos de 24 horas cualquier pedido.

Pues bien, parece que esta mecánica, además de hacer que un tal Jeff Bezos se forre de forma grotesca a costa de sus working poor (su sueldo es 1,2 millones de veces más alto que el de la media de su plantilla), que allá donde se instala un almacén de su compañía caen en picado los sueldos del gremio, que (sin datos) me atrevería a decir que este tipo de plataforma hace más daño al comercio local que siete grandes superficies, pues bien, parece que, además, la huella ecológica de esta entrega a domicilio tampoco nos la podemos, o debiéramos, permitir.

El pasado 22 de abril se celebró el Día de la Tierra, fecha que eligió el movimiento Fridays for Future-Juventud por el Clima para lanzar una carta abierta a la ciudadanía, en general, y a la clase política, en particular. Quizá sean muy jóvenes, pero son perfectamente conscientes de que el tiempo se agota y que las decisiones que se tomen a corto plazo serán determinantes para el futuro. La ingenuidad no es su pecado de juventud: no están pidiendo, están exigiendo; no se creen soluciones simples ni promesas baratas. Han visto, a cara de perro, cómo funciona el mundo, y nos escupen su vergüenza a la cara:

“No comprendemos que ardan catedrales y se escandalice la sociedad entera, nuestra casa está en llamas y nadie reacciona…”

viernes, 5 de abril de 2019

Vacíos, escuelas e historias



Mural en el CEIP Villa y Tierra, de Saldaña.

El 90% de la población española se concentra en el 30% del territorio, mientras la mitad de los municipios de España tiene una densidad de población que demográficamente se podría calificar de ‘desierto’. El domingo pasado, la ‘Revuelta de la España vaciada’ –que no vacía-, quería evidenciar, precisamente, eso: que este estado de cosas no es fruto de un fenómeno natural imprevisible, sino el resultado de unas políticas que han vaciado buena parta del territorio, concentrando la población en algunas ciudades centrales y sus áreas metropolitanas, los ‘polos de desarrollo’ que han sabido reinventarse tras la reconversión industrial –apostando por su posicionamiento en ese circuito de ‘ciudades globales’- y una periferia costera absolutamente turistificada.

En el resto del territorio- ajeno las más de las veces a los desvelos de la Villa y Corte, o viceversa- han ido despareciendo las entidades bancarias, cuesta encontrar una farmacia, no suele haber transporte público ni oficina de correos, de una biblioteca o librería ni hablamos, hay que apuntar en el calendario el día que toca atención en el puesto médico, y soñar con una buena conexión a internet suena a película futurista. Pero lo que realmente se vive como un drama es el cierre de la escuela: ese es el punto a partir del cual, según KafKa, no hay retorno posible.

Tras contarme sus 'caminos de colores', la Comisión Ambiental del CEIP San
Pedro, de Baltanás, posó así de contenta para la foto.

Algunos de los eslóganes que se pasearon por las calles de Madrid aludían a lo poco conectado con las necesidades del mundo rural que suele estar el debate político (“Basta ya de mamandurrias independentistas”); otras denunciaban, riéndose de sus carencias (“Hemos venido a pillar cobertura”); pero la que me cautivó, por lo creativa y ‘grave’ que podría resultar su ‘amenaza’ fue “Si no nos dais lo que queremos, os dejaremos sin torreznos”.

Espantapájaros en el huerto del CEIP San
Pedro, de Baltanás.
Bueno, más allá del chascarrillo, me quedo con una que resume a la perfección lo que esta movilización significa: “Ser pocos no nos resta derechos”. Porque esta es una cuestión de derechos humanos y de la garantía de que la administración pública los haga efectivos. Y ábate, que cuando te pones a mirar cómo el Estado de derecho se articula, resulta que solo quedan realmente protegidos aquellos para los que, curiosamente, sería necesaria la intromisión de los poderes públicos para quitárnoslos, o sea, piensa lo que te dé la gana y cree, si quieres, en elefantes rosas voladores, que el Estado te dejará en paz y tú te sentirás libre y con autonomía e intimidad personal. Son los derechos individuales o de primera generación, pero, ay, amiga, cuando se trata de desarrollar políticas públicas activas que garanticen los derechos de segunda –trabajo, vivienda, pensiones…- y ya ni te cuento los de tercera generación –derecho a un medio ambiente adecuado-, pues, si eso, ya luego…

Reunión de la Comisión Ambiental del CEIP La Valdavia,
en Buenavista de Valdavia.

Vamos, que la lógica de funcionamiento de los Estados de bienestar pasa por adecuarlos a las exigencias del desarrollo del capital y, como dice Antonio Negri, desde esta lógica “las ciudades se convierten en las factorías del siglo XXI”, o sea, el acceso a la educación o a la sanidad, por ejemplo, deja de ser un derecho para convertirse en algo funcional a la provisión de capital humano, el Estado abandona sus políticas públicas para hacer efectivos tales derechos y pone en manos de individuos libres la autonomía para moverse en o hacia el contexto donde mejor puedan satisfacer esos derechos: las ciudades. Esta lógica es la causa última de la despoblación, y no una suerte de maldición bíblica.

Y resulta que está hablando de este tema alguien que ni vive ni padece los problemas del mundo rural. Y no sé cómo resolver esta contradicción, sobre todo, para no caer en el riesgo de dar una imagen desenfocada: porque es importante el qué, el cómo y el quién cuenta lo que pasa en esa España vaciada.

Así se imaginan su patio niños y niñas de La Valdavia: con más juegos
pintados donde puedan mezclarse peques y grandes, plantas, bancos
y asientos para poder sentarse y charlar...

Hace unos días, una compañera de trabajo me regaló un pequeño libro que es la transcripción de este sensacional discurso de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adiche. Aunque se puede resumir en una frase –“es imposible hablar de relato único sin hablar de poder”- os recomiendo que la escuchéis entera porque es canela pura. Y a lo mejor, me tengo que ir callando, para dejar de contar esa ‘mi historia única’ sobre mi visión del rural, sesgada, desenfocada, aunque también creo que sé hacia dónde quiero dirigir mi angular…

Acuerdos y reparto de tareas en La Valdavia: el Ayuntamiento, familias
y niños y niñas tienen un montón de tareas para estos meses.
Hacia profesoras como Aroa, Rosa, Anabel, Mª Jesús, que desde pueblos tan minúsculos como Buenavista de Valdavia, Baltanás o Ampudia, trabajan incansablemente para que niños y niñas ‘del rural’ tengan la mejor educación del mundo, mirando su patio y soñando cómo les gustaría que fuera, haciendo rutas de colores para ir al cole caminando y poder así "hablar de sus cosas", o manifestándose porque apenas tenemos tiempo para luchar contra el cambio climático.

En el CEIP Villa y Tierra, de Saldaña, tienen una impresora 3D que también
utilizan en nuestro proyecto, por ejemplo, para hacer cajas nido que
colocarán en el huerto y el jardín de su patio.

Docentes como Elena, Vanessa, Elvira, Elena o Eduardo, que quizá están viviendo el paulatino (y anunciado) declive de municipios como Saldaña y Guardo, que un día fueron orgullosas cabeceras de una comarca, la Montaña Palentina, para la que nadie, desde la ‘villa y corte’ regional, ha querido buscar alternativa a su principal actividad económica, y sin resignarse a ser un ‘Barruelo de Santullán’ más –convertido casi en museo al aire libre-, hacen de su colegio un circo, con saltimbanquis que plantan huertos y forzudos que decoran el patio, o no se arredran y abordan, con la que está cayendo en la zona y las horas contadas de la térmica bajo cuya sombra les crecieron los dientes, a afrontar con sus adolescentes el reto de la transición energética.

Para el que ya han empezado a sembrar un montón de variedades...

No soy de pueblo, no soy quién para contar vuestras historias. Pero, si tengo que elegir, sé con qué historias me quedo.

"El campo estará verde,
debe ser primavera..."
Calle Melancolía, Joaquín Sabina.

"¿Y qué? Todo es lo mismo: crecer o derrumbarse,
tener sobre la carne una nube o la muerte,
doblarse ciegamente, doblarse como un río,
con estas blancas flores, leves y detenidas."
Flores bajo los muertos, José Luis Hidalgo.