¡Vaya trimestre que llevamos! No sé si sentís, a veces, la
paradoja, la distancia abismal entre vuestro trabajo y el mundo que nos rodea.
En esta red queremos dar voz a escolares de todas las edades, empujarles desde
un espacio tan cotidiano como la escuela a tomar decisiones sobre las cosas que
les afectan y asumir responsabilidades para mejorar colectivamente su entorno.
Trabajar en red, o sea, con otras redes de escuelas que reman en la misma dirección,
nos permite dimensionar que todo lo que hacemos desde un colegio de un pueblito
de la provincia de Palencia, se suma a otras tantas iniciativas que otros tantos
colegios en otras tantas provincias de España están desarrollando.
Así que, a una se le cae el alma a los pies, cuando vas un
día y lees en la prensa que el tipo que, probablemente, más poder tiene en el
mundo se
mofa de un informe científico de casi dos mil páginas donde se
detallan los efectos del cambio climático en la salud, el medio ambiente o la
economía. Tampoco te lo quieres creer. Sobre todo, porque viendo el día a día
de las experiencias que ponen en práctica docentes, niños y niñas, y sus
familias para aportar soluciones desde su limitado campo de actuación, desde el
significado que hay que darle a lo minúsculo para no sucumbir a las
abrumadoras pruebas de que este mundo es una monstruosidad, te
cuesta entender tanta soberbia.
Donald Trump encierra en sí mismo la esencia de lo que el
patriarcado, el colonialismo y el capitalismo le han hecho al mundo: negarle la
voz a las mujeres, la humanidad a todos ‘los otros’ y la existencia a la propia
naturaleza. Estoy segura de que es de los que piensa, como dice un amigo mío,
que en este mundo ‘todo se arregla con dinero’. Pero mira por dónde, se va a
encontrar con un montón de gente que, no solo se lo cree, sino que son tan
serias y comprometidas como para cambiar el mundo. Y, de paso, desmontar la
monstruosidad que él mismo representa.
Señor Trump:
Yo sí me lo creo, porque la semana pasada nos
juntamos en Valsaín el grupo de técnicas y técnicos que coordinamos las redes
de escuelas para la sostenibilidad. Y resulta que, entre todas, sumamos a más de
un millón de escolares.
Yo sí me lo creo, porque –como no hay mal que
por bien no venga-, tras recomponer el programa del encuentro, incluimos un
taller para incorporar la mirada ecofeminista a nuestros programas de educación
ambiental.
Yo sí me lo creo, porque el lunes en el CONAMA –entre
stands de ENDESA o Ecoembes- también estuvimos el sector de la educación
ambiental, reclamando nuestro hueco entre tanto greenwhasing y nuevos enfoques, como el de género.
Yo sí me lo creo, porque el miércoles estuve en
Baltanás y ayer en Ampudia. Y resulta que niños y niñas del CEIP San Pedro
quieren un camino escolar y un carril bici para poder ir solos al cole, y
hablar, y no contaminar. Y niños y niñas del CEIP Conde de Vallellano quieren
seguir produciendo compost para abonar su huerto, y plantar árboles frutales, y
enlazar lo que comen y cómo se produce con la conservación de los ecosistemas.
Aunque no viniese la
AEMAT con estos cambios –y seguro que sus agencias meteorológicas
van por ese camino- yo sí me lo creería, señor Trump. Y si me lo creo, nos lo
creemos mucha gente, es porque “mientras agite el viento la mar y los peces
canten su canción”, no queremos viajar a Marte, sino “seguir con nuestro cantar mientras sea la
ternura un don.”
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