En la oficina se ríen de mí porque siempre me quejo del
tiempo cuando me tocan visitas a los centros escolares. Pero este miércoles me
reconcilié con el mundo: después de la reunión de la comisión ambiental en el
CEIP La Valdavia, la niebla levantó y tuve un viaje de vuelta para disfrute de
los sentidos.
Este colegio me despierta un sentimiento de admiración que
me costaría describir, pero tengo la suerte de que, hace unos días, una
amiga escribiera en su blog una entrada a raíz de un artículo
publicado unas semanas atrás en el periódico El Mundo. La escuela más pequeña
de España, en Torrecilla de la Abadesa (Valladolid), le servía de excusa a
Virginia Hernández –que, además de amiga, es la alcaldesa de San Pelayo, otro
minúsculo pueblo castellano- para replantearse qué les pasa a las escuelas
rurales. La conclusión a la que llegaba era que, mientras se siga identificando
la modernidad y la prosperidad con lo urbano, y lo cateto y el atraso con lo
rural, se
seguirá enviando un mensaje a la sociedad y a jóvenes docentes, que
solo verán su peregrinación por los pueblos como una carrera de puntos para
llegar a la meta de la ciudad.
Si Virginia se reconcilió con el mundo tras leer el artículo
dedicado a una escuela con tres
alumnas, cero deberes y mucho campo –cuya maestra decía “para
ellas es un lujo y para mí un regalo”-, a mí La Valdavia me ensancha el alma.
En este colegio hay 20 niños y niñas, la mitad de los cuales son de origen
magrebí: sus padres suelen trabajar en tareas agrícolas y, sobre todo,
pastoreando ovejas. Pero recién llegados, apenas hablan nuestro idioma. ¿Pensáis
que el cole recibe algún tipo de apoyo para facilitar la integración de estos
peques? Seguro que sabéis la respuesta. Por eso resulta aún más admirable la
labor que hacen maestras como Ana o Aroa, la coordinadora de nuestro programa
en el centro. Cuando llegué a la reunión, me encontré con una comisión ambiental
inusual, porque estaba formada por más de la mitad de los niños y niñas del
cole. Además, se habían sumado dos mamás y una concejala municipal.
Quería saber a qué les sonaba eso de la sostenibilidad, y
uno de los niños me dijo que era trabajar todos juntos para salvar el mundo…
¡ahí es nada! Les dije que, igual era más realista seguir trabajando por el
colegio, y me dejé llevar por sus ojos para mirar el patio y pensar qué le
pasa, qué tiene o qué le falta. Salieron una batería de propuestas estupendas,
de las que la concejala tomó muy buena nota por la parte que le toca.
Esta no ha sido la única visita de la semana: hemos
incorporado a un nuevo centro de la capital, Maristas Castilla, que han tomado
la delantera y cuando llegamos a presentarles el programa ya tenían buena parte
del trabajo sobre residuos hecho.
Ese mismo día, pero un rato antes, tuvimos
comisión ambiental en el Santo Ángel. Van a seguir trabajando por la energía,
poniendo en práctica alguna de las medidas aprobadas el año pasado y, a la vez,
profundizar en el diagnóstico del consumo analizando las facturas de luz y
calefacción. Además, Paola, una de las integrantes de la delegación palentina a
la IV Confint Estatal que se celebró en octubre en Alcaraz (Albacete),
compartió con la comisión ambiental el trabajo, la experiencia y los
compromisos que se han traído de vuelta.
Cuando le pregunté qué había aprendido allí, yo esperaba que
dijera los kilómetros que recorren los tomates, por ejemplo, que me contó en el
autobús de vuelta sobre el taller en que había participado; o el cálculo de las
emisiones de CO2 del encuentro, por aquello de hilarlo con una
posible acción de comunicación en su colegio cuando tengan los datos de consumo
energético. Pero no, se puso un poco sería y, sencillamente, dijo:
– Ya no me da vergüenza hablar en público.
Y creo que no hace falta añadir nada más…
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