Aunque la mayoría ya estáis al corriente, voy a hacer
pública la noticia también por esta vía: Escuelas para la Sostenibilidad crece.
Este año se han incorporado a la red dos nuevos centros, el CEIP Marqués de
Santillana, de Carrión de los Condes, y el Colegio Maristas, de la capital
palentina. A este último en breve le haré una visita y nos pondremos en marcha,
pero ayer ya estuve presentando el programa al claustro de profesoras (lo digo adrede
porque solo había un varón) del primero.
Fue una sesión muy agradable porque, si bien la directora y
la jefa de estudios habían tomado por sí mismas la decisión de incorporarse,
les daba un poco de miedo pensar dónde se iban a meter. Y tengo la sensación –aunque
lo pueden desmentir ellas y el resto del claustro cuando lean esta entrada- de
que lejos de asustarles la estructura, articulación y funcionamiento del
programa les tranquilizó.
Antes de la visita me habían contado las ideas que tenían en
mente o que ya estaban desarrollando.
Por ejemplo, llevan desde el año pasado
con Ecoembes
y tienen en el centro –como en tantos otros- las inconfundibles papeleras azules,
para papel y cartón, y amarillas, para envases; quieren poner en marcha un
proyecto que llaman ‘patios dinámicos’, con la intención de diversificar los
usos y juegos; una de las madres del centro está interesada en que se conozca el
entorno natural y quiere impulsar una suerte de aula ambiental en el colegio; y
por último, dado que esta es una zona agrícola, han conseguido la implicación de
algunos abuelos para poner en marcha un huerto escolar. No me digáis que no son
propuestas más que interesantes y variadas…
Pero no nos engañemos: en nuestro estado –por causas que ahora no
vienen al caso, pero imagino que todo el mundo puede tener en mente- no hay
cultura de la participación. Así, en general, no os cuento si, además, estamos
invitando a la participación a esos ‘locos bajitos’
a los que, a veces, nos cuesta ver como personas. Si a esto le unimos lo
funcional que, a fecha de hoy, sigue siendo la escuela –como institución- a los
intereses y visiones de un modelo de progreso desarrollista, que seguimos
enfocando los procesos de enseñanza y aprendizaje como si cada cual fuese un
cuenco vacío al que tenemos que llenar de conocimientos y, para terminar, si
eso del medio ambiente lo seguimos asociando a mariposas y basuras, y lo
seguimos poniendo en práctica a través de muchas actividades, pero todas ellas incoherentes
entre sí, en días sueltos, sin ninguna programación y, aparentemente, sin conexión
con el currículo escolar, tenemos la ecuación perfecta de lo que ayer me
encontré en Carrión de los Condes.
Una vez repasado el esquema y la metodología de trabajo –mientras
ilustraba cada paso con ejemplos de otros centros y vuestros avances y logros
para que sirvieran de estímulo- una de las profesoras se me acercó y me dijo:
–Oye, que yo pensaba que esto del medio ambiente
iba de otra cosa, pero lo de los patios no lo he entendido.
Me inspiró una enorme ternura. Hablando con ella y con la
directora del centro conseguí aterrizarles la idea de que todas esas iniciativas de
las que me habían hablado eran estupendas, pero si las deciden desde el
claustro y no cuentan para nada con la opinión de quienes son –o deberían ser
sus protagonistas-, claro que hay poco de educación ambiental en pintar la
fachada o el suelo de un patio; no hay nada de educación ambiental si el equipo
directivo coloca papeleras por todo el colegio sin invitar a investigar a su
alumnado sobre los residuos que se generan en el centro o a reflexionar sobre
la importancia del reciclaje; hay poco margen para hacer educación
ambiental si una madre se encarga de organizar excursiones a los alrededores y
no vinculamos la biodiversidad de nuestro entorno natural con la escasa
diversidad natural y social en nuestro colegio.
En cambio, si pensamos, por ejemplo, que un proyecto de
patios dinámicos puede convertirlos en entornos
más inclusivos y diversos –por accesibilidad, por reparto de
espacios, por posibilidades de usos…-, incorporando, además un huerto diseñado
y cuidado por diferentes generaciones, y todo ello lo programamos para que
cualquier problema –sea de residuos o de impactos sobre el medio natural- lo aborden
niños y niñas, y sean quienes detecten necesidades y busquen soluciones,
entonces sí que podremos hablar de un proceso de educación con la perspectiva
de la sostenibilidad.
Cuento esto porque creo que ayer quedó claro qué es y qué no
es hacer educación ambiental. A veces, perdemos un poco la intuición, la misma
que nos dice qué es y qué no es un bosque…
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