Me encantan los globos terráqueos. De pequeña tenía uno que
hacía las veces de lámpara: cuando estaba apagado, te mostraba el mapa político
del mundo, y encendido, el mapa físico. Pero para lo que os quiero proponer,
resultará más útil un mapamundi en papel, a ser posible, una fotocopia
ampliada. Un fin de semana puede ser un buen momento para que, a medida que
vais sacando las cosas para preparaos el desayuno, tengáis a mano, por ejemplo,
lana de diferentes colores.
Tened un poco de paciencia e id apuntando de dónde procede cada uno de los ingredientes que componen vuestra primera comida del día: leche, café, cacao, azúcar, mantequilla, mermelada, yogur; naranjas, plátanos, kiwis, mangos; tal vez, si sois más de salado, queso, aceite, tomate, huevos, bacón; y pan o cereales. Cuando lo hayáis apuntado, id cortando hilos de distinto color que unan el lugar donde vivís con el origen de cada una de las cosas que habéis comido. Después, medid los centímetros de distancia con una regla y, teniendo en cuenta la escala a la que esté el mapa, multiplicad para obtener los kilómetros que han recorrido todos esos alimentos hasta llegar a vuestra mesa.
No os asustéis con las cifras, es fácil que –solo con el
café, el cacao o el azúcar, más un capricho de fruta exótica que os hayáis
dado- los kilómetros alcancen, como poco, la mitad de la circunferencia terrestre.
¿Nos dice algo esto? Pues, no sé, lo mismo pensáis que menudo entretenimiento os
acabo de dar, igual os sorprende el dato, o quizá ya seáis conscientes de la
necesidad de consumir productos de temporada y cercanía, mejor sí son
ecológicos o se han producido con criterios de comercio justo. Vale, desde
nuestras casas, aún podemos sentir que tenemos cierta capacidad de elección.
Pero en los colegios… ¿tiene la comunidad educativa y,
especialmente, padres y madres la posibilidad de elegir qué se come? La globalización ha convertido la alimentación en un enorme negocio en el que prima más el
movimiento de mercancías de un extremo a otro del planeta que criterios
ambientales y sociales en la producción.
Los centros educativos no son ajenos a esta dinámica, tal y
como muestra el último informe ‘Los
comedores escolares en España: del diagnóstico a las propuestas de mejora’.
En nuestro país el 34,6% de escolares de infantil y casi el 30% de primaria
hacen la principal comida del día en el colegio, o lo que es lo mismo, unos dos
millones de escolares. Más del 60% de la comida que se sirve en los colegios
procede de empresas de catering, con sistemas de línea fría y comida
precocinada que recorre grandes distancias y se sirve, habitualmente, en
bandejas de plástico. En Castilla y León todos los centros que subcontratan el servicio
de comedor lo hacen mediante gestión indirecta. Como último dato, baste decir
que cerca del 60% de todos los servicios de comedor en España están en manos de
solo cuatro grupos empresariales, ya que los lotes en los que suelen salir este
tipo de licitaciones públicas no favorecen el acceso a pequeñas y medianas
empresas.
La preocupación por la salud y, por qué no, también por la sostenibilidad está detrás de las iniciativas que padres y madres están poniendo en marcha en diferentes puntos del territorio para tratar de revertir esta tendencia y recuperar, no ya la gestión directa de un servicio externalizado, sino las cocinas en los propios centros escolares. Toca momento de revisión de temas, ejes y objetivos para el próximo curso así que, si estáis interesados en alimentar el cambio en vuestros centros, os dejo los materiales didácticos elaborados dentro del proyecto que varias organizaciones están impulsando para fomentar una alimentación saludable y sostenible en la Comunidad de Madrid. Por aspectos nutricionales, organolépticos, medioambientales e, incluso, pedagógicos, parece lo más razonable: el comedor escolar es –o debiera ser- un espacio educativo más, donde niños y niñas aprenden a valorar los alimentos, a cuidar el medio ambiente y a convivir en la diversidad.
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