martes, 22 de enero de 2019

¡Viva el mal, viva el capital!





El domingo pasado, toda una generación, que creció desayunando las mañanas de los sábados frente a esta sintonía, se quedó un poco huérfana. Lolo Rico tuvo la valentía –casi la osadía- de tratarnos a niños y niñas de la Transición como si no fuéramos seres estúpidos, descriteriados, demostrando que el entretenimiento no está reñido con el ingenio y la inteligencia. Ya adultos, aquellos locos bajitos de entonces somos ahora conscientes de que frases como “Si no quieres ser como estos, lee” o “Solo no puedes, pero con amigos sí” forman parte de nuestro patrimonio inmaterial.

Aunque la Bruja Avería, sin duda, estaría muy contenta –recordad aquello de “¡Viva la plusvalía, viva la economía!”-, seguramente ni Lolo ni su hijo, el filósofo Santiago Alba Rico, coguionista del programa, pudieron imaginar entonces las obscenas formas de acaparación que acabaría tomando el capital a comienzos del siglo XXI.

Desde programas educativos como el nuestro, tratamos humildemente de tomar ese testigo, y convertir a niñas y niños en protagonistas de su propio aprendizaje. El pasado 9 de enero, justo a la vuelta de vacaciones, en el CEIP Marqués de Santillana, de Palencia, se juntó la Comisión Ambiental para revisar las actuaciones que van a poner en marcha este trimestre. Sin olvidarse de dar un repaso al sistema de reciclaje implantado en el centro, se han repartido el trabajo entre peques y grandes: mientras los primeros siguen sembrando ajos o guisantes en el huerto y alimentando el compostero que después lo abonará, los cursos mayores continúan la investigación sobre el ruido.


Peques y grandes comparten las acciones que van a desarrollar
a lo largo de este curso en su 'Rincón del Medio Ambiente'.

Se han inventado un artilugio estupendo, el ‘habladómetro’, para medir el ruido en aulas y pasillos en diferente momentos del día. Mensualmente, comprobarán en qué escala –del verde al rojo- se sitúa cada aula. Y para recordarle a todo el mundo la importancia de hablar y moverse por el colegio de forma tranquila y sosegada, van a diseñar carteles que colocarán por los pasillos, y hasta editarán un vídeo para mostrar el ‘riesgo’ acústico de un gesto tan cotidiano como bajar las mochilas con ruedas rodando –valga la redundancia- por las escaleras.
Imagen tomada del cuaderno educativo
'Menos ruido, más vida', Junta de Andalucía.

Estas acciones, centradas en su colegio, les servirán sin duda para poder analizar más adelante esas variables a otra escala, como la urbana. Las ciudades han ido cambiando con el paso del tiempo, y si el desarrollismo fordista de los ’30 años gloriosos’ –en que hasta creímos que el Estado de Bienestar había venido para quedarse y hacer una sociedad más igualitaria- las inundó de vías y vehículos que, aparentemente, nos hacían la vida más fácil, solo ahora vamos tomando conciencia de las paradojas que encerraba ese modelo de desarrollo.

Pero no acaba ahí la cosa. Hace unos días, el lord inglés autor del famoso informe que lleva su nombre, nos alertaba en una entrevista de que “la contaminación mata a una escala que no comprendemos.” La crisis convirtió su informe –en que apuntaba, no ya a los daños ambientales, sino al coste económico del cambio climático- casi en el mismo erial en el que el aumento de temperatura está transformando amplias zonas del Planeta. Ruido, contaminación, migraciones climáticas…

Estos días se está hablando mucho de la huelga de taxistas por la competencia desleal o intrusismo, vaya usted a saber, que suponen las plataformas VTC. He escuchado en la radio que estaban teniendo contactos con los ‘chalecos amarillos’, un movimiento que lleva ya dos meses en la calle y cuya movilización –no olvidemos- comenzó por el precio de los carburantes. Según esta filósofa, la potencialidad de esta movilización radica en su carácter inorgánico, esa heterogeneidad que le hace, hoy por hoy, ingobernable. Y también en su forma de operar: no sé cuánta gente de la que se está movilizando habrá leído a Foucault, pero si la biopolítica que describió ha hecho penetrar el poder a escalas insospechadas, seguramente sin saberlo, están aprovechando ese ‘poder difuso’ del que también hablaba, intentando una suerte de jaque de ‘los sin poder’ al ‘Poder’.

La escuela es uno de esos dispositivos disciplanarios de control que –si los hubiera tenido- le ponía los pelos de punta al bueno de Foucault. Pero confío en que, en manos de maestros y profesoras que creen en su trabajo, estemos invitando a estos niños y niñas a pensar, a dotarles de herramientas de conocimiento, relacionales, afectivas, lingüísticas… que les permitan el día de mañana, si es que llegan a esa conclusión, gritar ‘no queremos vivir así’. O, aún mejor, quizá sean ellos y ellas quienes, por el camino, se den cuenta de que en el bar de la esquina les ponen mejor café que en el Starbucks, o que a lo mejor en su barrio hay una pequeña fábrica de muebles y no hace falta irse al IKEA a comprar una mesa. Y hasta quiero pensar que sean ellas y ellos quienes apuesten por un transporte público colectivo tan eficaz, eficiente, asequible y social que arrincone el uso del coche o haga innecesaria la existencia de plataformas de transporte controladas por gigantescas corporaciones internacionales.

A lo mejor estoy soñando demasiado, pero como también decían los electroduendes “Tienes quince segundos para imaginar; si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la televisión.”

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