viernes, 22 de marzo de 2019

Solo 2º C o la hora de la responsabilidad


Ayer fue un día de celebraciones, que si la Poesía, la Tierra, contra el Racismo y la Xenofobia, y además, arrancaba formalmente la primavera. Hoy solo celebramos el Día Mundial del Agua, un líquido inoloro, incoloro e insípido, que guarda las mismas proporciones en nuestro Planeta desde el mismísimo día en que este se formó.

Conviene aclarar esta obviedad porque, a veces, confundimos la velocidad con el tocino, y una cosa es que el agua sea un recurso renovable y otra que esté disponible en los lugares y condiciones que la precisamos. También porque Jorge Manrique nos hizo un flaco favor a quienes nos dedicamos a la educación ambiental con el famoso verso de “nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar”, asociando la muerte a la desembocadura, y así hay tanta gente que sigue viendo los ríos como una suerte de agua desperdiciada cuando llegan a este final.

A ver, el agua tiene múltiples funciones, básicamente, soportarnos y soportar la vida. Otra cosa es que, desde nuestras estrechas miradas, la veamos solo como un recurso a nuestro servicio, pero es mucho más que eso: es un bien común, el más básico, al que deberíamos tener acceso todas las personas, y como derecho humano reconocido por Naciones Unidas en 2010, además, deberían ser los Estados los responsables de hacer este derecho efectivo.

Entonces, ¿por qué a estas alturas aún hay más de 2000 millones de personas sin acceso al agua, 2300 millones sin saneamiento básico, el doble de esa cifra sin saneamiento seguro, y cerca de 700 millones tendrán que desplazarse de aquí al 2030 por la escasez de agua? Se llama retroalimentación, o sea, las consecuencias del cambio climático –superado un umbral que la ciencia ha estimado en torno a los 2º C de aumento de la temperatura media del Planeta- probablemente entrarán en una especie de bola de nieve que pondría en serios aprietos nuestra supervivencia.

No es solo que el 80% de las aguas residuales procedentes de diferentes actividades humanas se viertan a ríos o mares sin ningún tratamiento, provocando serios problemas de contaminación y, por tanto, de disponibilidad de agua para diferentes usos. No es solo que el aumento actual de la temperatura del agua de los océanos provoque el blanqueamiento de los arrecifes, y con ello un deterioro paulatino e irreversible de la biodiversidad de los ecosistemas coralinos. Es que, a medida que desaparecen las superficies heladas de áreas septentrionales, como el Ártico, la capacidad de reflexión de la insolación solar disminuye y se acumula más calor en la atmósfera, y eso hace que siga aumentando la temperatura, y entonces, a los suelos congelados de la tundra les da por liberar más gases de efecto invernadero, y si no ponemos remedio y llegasen a deshacerse las enormes masas de agua congeladas en Groenlandia, el nivel del mar podría llegar a subir cinco metros… ¡ciao, vacaciones en la costa!

Y, ahora, en serio. Ha llegado el momento de la responsabilidad ante un problema que, por más que queramos negar, está aquí y nos obliga a tomar medidas drásticas porque no podremos vivir dignamente en entornos completamente degradados: el cambio climático afectará al acceso al agua, a la fertilidad de las tierras, a la producción de alimentos… en definitiva, a nuestra propia supervivencia y a la de nuestra civilización. Claro que, como ha sido esta, nuestra civilización, la que nos ha traído hasta aquí, igual también nos conviene darle una vuelta a nuestra idea de progreso



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